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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre una valoración del riesgo de quedarse sin trabajo, sin dinero o sin ideas

Vuelven a sonar tambores de riesgo de dificultades financieras en España, propiciadas desde foros de interés que, al parecer, tienen mejor información que la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles, incluído el Gobierno.

De la falta de información acerca de lo que nos pasa, los españoles ya estamos acostumbrados. Siempre, desde las profundidades históricas, hemos sido considerados un pueblo menor de edad, al que era fácil convencer.

De la falta de información del Gobierno en relación con la situación finanniera del país, ya es cosa de preocuparse.

Porque, o tampoco gozamos de credibilidad internacional, o en los recovecos profundos de las finanzas internacionales saben más e intuyen mejor lo que se nos avecina, cuando se vuelve a insistir en que hay que preparar un plan de salvamento de nuestra economía, cuando aquí seguimos oyendo que estamos chapoteando en la orilla y haciendo aguadillas de complacencia.

La cuestión de la solvencia internacional es una cosa, y la situación del mercado laboral en España y sus posibilidades de recuperación a corto plazo, son otra; en nuestra opinión, ni siquiera estarían directamente relacionadas si nuestra estructura de gestión de la Administración fuera diferente.

Aquí pediríamos una atención especial al Gobierno, a la oposición y a los principales agentes económicos. En este último capítulo, nos referimos, especialmente, a las grandes empresas y entidades financieras que tomen decisiones por órganos de gestión ubicados en España, no que obedezcan a directrices foráneas y, por tanto, sigan otros intereses.

Los grandes capitales pueden permitirse planificaciones a medio plazo. Los asalariados y las pequeñas y medianas empresas, no. El Gobierno no solo debe planficiar a largo, sino resolver los problemas a corto sin comprometer la línea consistente de futuro.

Es, por tanto, exigible, imprescindible, de la máxima urgencia, clarificar, no las necesidades financieras a corto del país (que poco importan), sino la realidad de la planificación económica, tecnológica, formativa y, sobre todo, de empleo, a medio y largo plazo.

La continuación en la pérdida de actividad empresarial (por cierre de empresas, disminución de carteras de pedidos, reestructuraciones, falta de financiación para renovar equipos o cubrir los desfases entre compra de materias primas y venta de productos acabados, etc.), la reducción de salarios y la caída de los precios y rendimientos del pequeño empresario, el aumento de las prestaciones sociales y sus coberturas reales, y, en fin, la contracción del consumo -debida, no ya a la disminución de la masa salarial en circulación, sino también, a la prudencia ahorrativa ante la incertidumbre sobre la situación futura- es el riesgo que más nos preocupa.

Es el futuro, políticos, no el presente, lo que más importa. En especial, ahora que estamos en medio de la crisis. Y, cuando se tiene que navegar en una increíble tormenta en mar abierta -y, por lo que parece, en medio de una batalla en donde no se puede confiar ni en los buques que llevan la bandera de nuestra flota-, ni se puede tolerar un motín a bordo, ni confiaríamos el timón a los guardamarinas, para que hagan prácticas; tampoco iríamos a remolque del guardacostas, para que nos ayude a capear el temporal porque su experiencia en mares calmos de nada serviría.

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