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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre fotos, infantes e intimidades

¿Qué aspecto tendría Viriato? ¿Sería el tipo de facciones serenas y aspecto hercúleo con el que era perfilado en los libros de historia que estudiábamos en la última postguerra? ¿O le cuadraría mejor el rudo testuz de un pastor abandonado a su suerte desde la niñez? ¿Y Jesucristo? ¿Tendríamos que acudir a las imágenes de Murillo para embobarnos en sus rizos y cara plácida de chavalote bien alimentado?.

Ninguna elucubración hará falta si cualquiera de los niños que han nacido en los últimos diez o quince años llega a traspasar el umbral de lo anodino y se convierte en genio o referencia para los demás. Desde las primeras horas contará con cientos, miles de fotografías, en todas las posturas y situaciones imaginables. Papás, tíos, hermanos, gentes que pasaban por allí, tomarán instantáneas de cualquier instante de su vida. Si ha llegado a la prometedora edad de cinco o seis años, dispondrá, muy posiblemente, de una cámara digital con la que podrá ejercitar sus dotes artísticas fotografiándose a sí mismo y a cualquier cosa, animal o ser imaginario que se ponga al alcance.

No hará falta insinuar que, por supuesto, tan pronto se asome a la adolescencia, tendrá uno o varios aparatos que serán teléfono, reproductor de sonido y captador de imágenes, incluso secuencias de varios minutos. Con ellos podrá dejar para la posteridad cualquier hazaña de la que sea capaz, desde el primer gol con su equipo de barrio hasta el diploma de subcampeón de minibasket, sin olvidar la opción atractiva de registrar la paliza dada a un compañero de clase que le caiga mal.

Esa rotura permanente de la intimidad infantil, está, por el contrario, severamente protegida por la interpretación de una ley que se refiere a la captación y difusión de la imagen de los niños. En los periódicos y semanarios vemos con mucha frecuencia (porque no se trata de algo sistemático) que las fotos con la cara de los niños, hijos de famosos o del tendero de la esquina, están difuminadas o cubiertas con una mancha que impide reconocerlos.

He aquí uno ejemplo más de las contradicciones en que vive inmersa nuestra sociedad pazguata. Tomamos frenéticamente testimonios de la vida de nuestros retoños, amontonando miles de fotos sin valor en ordenadores y álbumes, y no somos capaces de reconocer el valor de la sonrisa de un niño ante la cámara. Una sonrisa que debería servir para recordarnos la alegría que hemos perdido en nuestro mundo de adultos, preocupados ahora, también, porque, con la difusión de ese rostro, alguien ose raptarnos a la criatura y pedirnos su rescate.

Preferimos creer que mantenemos a los niños en la falsa protección  de esos archivos casi completos, trazados en tiempo real, de las imágenes de su vida igual a la de cualquier otro.

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