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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Una entrevista histérica con el objetivo de distraer

Una entrevista histérica con el objetivo de distraer

Jesús Hermida, periodista histriónico perfectamente capaz de desplazar el interés de la noticia desde un campo de batalla al tupé de su cabeza, fue el elegido por los mismos muñidores de Ferraz que encumbraron a Julio Somoano a la presidencia de RTVE, para conseguir el beneplácito de la Casa Real sobre quién debía entrevistar a S.M. El Rey Juan Carlos la víspera de cumplir 75 años.

La entrevista, difundida el 4 de enero de 2013, fue presentada como histórica, y todos los voncingleros del Capitolio hispano habían preparado el ambiente afirmando que el Monarca no había impuesto límites a las preguntas, salvo que se refirieran al caso Urdangarin y a la causa catalana.

Sentados frente a frente, en lo que parecían incómodos sillones de cortesía (querencias), Hermida y Su Majestad recorrieron, en más o menos la media hora de emisión en la que se ordenaron preguntas y respuestas en una notable labor de edición del material, los lugares comunes que forman patrimonio de las preocupaciones confesas de los reyes modernos.

Y debo decir que El Rey lo hizo muy bien. Con la cara hinchada por los corticoides, pero el tono amable de quien habla campechanamente con un adulador que está recopilando material de primera mano para una hagiografía póstuma, se explayó en las respuestas, no perdió el hilo de ninguna frase, y, en suma, concentró perfectamente el sentido del decurso en lo que son los valores estimados por quien se halla ubicado (o lo hayan ubicado) por encima de los demás mortales: confianza en el futuro colectivo, satisfacción general por el pasado común, selección reductora de los elementos de presente que preocupan a los más pobres de la colectividad y, en fin, disrtibución de fe, esperanza y caridad a espuertas llenas.

No se habló, aparcados en el limbo de la cortesía palaciega, de los ex-yernos del Rey (el formalizado junto al imputado), pero tampoco de la Reina o de las Infantas, salvo referencias genéricas a la familia y a los nietos. Supongo que, en este caso, por falta de tiempo. Un reloj situado en la pared, -pero que en la mayor parte de las tomas, adquiría la posición estrafalaria de corona real-, señalaba que la entrevista duró, al menos, unos tres cuartos de hora (entre la 1 de la mañana de un día cualquiera y las dos menos cuarto de otro), ofreciendo, de propina visual, apasionantes vaivenes de sus agujas.

Sí habló El Rey ("agradezco que me des esta oportunidad", dijo el monarca al entregado súbdito) de su padre, D. Juan, y lo hizo de manera emotiva y leal, reconociendo en él al consejero. Ansón, más tarde, diluído entre quienes expresaron con frases antológicas, como pertenecientes a la quinta del Rey, su deseo de figurar entre los facedores de la Historia hispana del último cuarto del siglo XX -e ignorando su contribución al resto- afírmaría sin repelos en la lengua que "el fecho non complido" de que D. Juan no hubiera sido Rey ("al menos, por un tiempo") contaba entre los fracasos de su generación.

Por supuesto, también habló S.M. del hijo muy amado en el que tiene postpuestas sus complacencias, D. Felipe, modelo de virtudes y "el mejor preparado de "todos los príncipes de Asturias" que en este mundo han sido, que, si bien puede no parecer gran cosa para la mayoría republicana juancarlista, sonó a sincero elogio a nuestro trasunto en la demora sucesoria del Prince Charles, solo que el nuestro mucho más simpático, más guapo y a años luz de más empático.

En fin, fue una entrevista distraída, en el sentido de dispersa. Los aspavientos de Hermida contrastaban con la calma regia. Las enrevesadas preguntas del vasallo se dilucidaban con palabras sencillas repletas de comprensión, amor y caridad, por el sereno prócer.

La cámara permitía,  alternativamente, ver el rostro de "Vuestra Majestad" -fórmula magistral para referirse al Monarca que el periodista laureado recogió, sin duda, de los textos clásicos del medioevo-, o el reloj-corona sobre la calva real, o la cerviz y espaldares inclinados, separándose de un asiento que le iba demasiado grande, del coetáneo del tupé.

Si me hubieran pedido consejo a mí (ya presumo de que no será así jamás), habría autorizado las preguntas sobre Urdangarín, la Reina, las Infantas y los catalanes. Para tener algo jugoso de qué hablar al día siguiente.

Se me olvidaba: Feliz cumpleaños, Majestad. En mi opinión, usted no tiene la culpa de nada de lo que nos pasa. Ese es mi regalo.

 

2 comentarios

Angel Arias -

Ciertamente, Antonio, no veo qué problemas hubiera podido presentar el que el Rey dijera que estaba firmemente convencido de la inocencia de su yerno o de que desconocía que hubiera cometido irregularidades que, en caso de ser probadas y de haberlas conocido, hubiera reprobado de inmediato. Y respecto a la específica cuestión catalana, la Constitución actual deja el tema tan claro que le bastaba remitirse a ella y pedir el acatamiento de todos los españoles para evitar tensiones en el futuro común. Pero lo peor me pareció la elección del entrevistador, servil al tiempo que grandílocuo.¿Por qué no se eligió a Gabilondo, de esa "misma quinta"? Hubiera dado menos de qué hablar, con las mismas respuestas reales...

Antonio Checa Pérez -

En lugar de los "vetos" podía haber opinado sobre Urdangarín que "la ley es igual para todos, y si de presunto pasa culpable pues que cumpla la sentencia", y sobre la secesión catalana, absoluta y "real" firmeza del cumplimiento legal-constitucional.
En fin, entrevistas hagiográficas como dices, que recuerdan otros tiempos, sin ningún interés...camino de la IIIª República.