Incompetencias del mercado
Las técnicas del mercado se han impuesto entre nosotros tan sólidamente, que aparecen como elemento común tanto de las teorías neoliberales como de las comunistas y postmarxistas. (1)
Nihil prius Mercurio, se nos dice desde todos los ángulos de la sociedad global.
Complacientes en la devoción a Mercatus, su fallos se enmascaran u ocultan, teniéndolos por algo ocasional, por una aberración evitable en lo sucesivo, una deformación de su pura naturaleza, que, cuando aparece, una vez corregida, nos sirve de enseñanza para seguir por el camino de la prosperidad, pertrechados con esa luz que nos guía, firme, entre la oferta y la demanda, hacia el bienestar completo de la Humanidad.
Tendríamos, sin embargo, bastantes argumentos para sospechar que el mercado no funciona eficazmente -en muchos sentidos, pero especialmente como forma de encontrar un precio justo, que es su teórica esencia-.
No sirve, por ejemplo, cuando la oferta está controlada por unos pocos guiados por la búsqueda de conseguir maximizar su beneficio, imponiendo el mayor precio posible, al tiempo que crean, alimentan y engordan la necesidad de una mayoría, a la que se mantiene ignorante de lo que cuesta lo que se le ofrece y, por tanto, sin capacidad real para ejercer el control.
El proceso lógico de apoyar la sobrealimentación de la demanda implica generar una burbuja y el destino de las burbujas es estallar. Con los restos de las estructuras que han colapsado se construirán nuevos negocios por parte de quienes hayan conservado un mínimo de poder adquisitivo o el control de la situación, y así se hará, sucesivamente, ciclo tras ciclo.
Este tejemaneje, ¿se produce en búsqueda de la mayor felicidad colectiva? El estallido de las burbujas, ¿aclara el panorama? No; solo sirve a la felicidad de unos pocos, y solo clarifica el espacio, por supuesto, de quienes hayan sobrevivido a la debacle; y es sabido que tienen siempre mayores posibilidades de supervivencia en un desastre quienes está más lejos del peligro y/o más cerca de los servicios de salvamento.
No necesitamos pensar en la estricta traducción de las situaciones a dinero para detectar las malformaciones del mercado.
Pensemos, por ejemplo, en una cuestión que preocupa a todos los organizadores de eventos en una ciudad que tiene, casi a diario, una gran oferta de actos. ¿Cómo llenar el local? ¿Y cómo hacerlo, en particular, si el acto es gratuito? ¿Y, rizando el rizo, cómo conseguir el pleno de asistencia, si se ofrece, además de la gratuidad, un cóctel al final del mismo?
La experiencia demuestra que los alicientes teóricos surgidos del mercado (gratuidad, regalos extras) no incrementan el cumplimiento del objetivo. Tomemos la situación de Madrid, en la que pocos días se libran de que en ellos coincidan varios actos de los llamados culturales; la mayoría, con entrada libre.
Pocos consiguen atraer más de veinte o treinta personas.
Puede deducirse que lo que existe es exceso de actividades para lo que se puede calificar como desierto cultural. Observando los títulos de las conferencias y la entidad y competencia técnica de muchos ponentes, el que no consigan atraer público nos llevaría a creer que no hay tanta gente cualificada como los convocantes han imaginado, para seguir y entender ciertas presentaciones.
Quiá. El tema es lo de menos. Y la realidad demuestra que hay actos sin interés potencial alguno que gozan de un salón de actos repleto; incluso, hasta se puede llenar un estadio con la invocación de una tontería: y cobrar por ello.
Porque el interés del acto pasa a segundo o tercer término. Debiera ser fácil atraer a cien personas en una ciudad como Madrid, teniendo en cuenta que el "público objetivo ideal" de un acto es toda la población, porque a nadie le preocupará si los asistentes tienen el menor interés o relación con el tema que vaya a tratarse: la satisfacción está en llenar el local, no en el rendimiento obtenido por los asistentes.
Y llenar el local es un objetivo que no guarda relación con el producto, ni con la oferta, ni con la demanda del mismo. Está regido por elementos extraños, de parecida o idéntica naturaleza a los que causan aberraciones en el mercado en donde se transa con dinero.
Estos alienígenas al evento, sin ánimo de ser exhaustivo, son: presencia de artistas o políticos que hayan protagonizado recientemente algún escándalo con proyección mediática (desfalco, robo, engaño a su pareja, riña familiar, etc.), tiempo atmosférico de ese día (en Madrid, si llueve, además de ser milagro, no sale nadie de casa), número de conferenciantes y asistencia de sus familiares (si la sala tiene capacidad para cincuenta personas, puede que la mesa de ponentes tenga más ocupantes que el espacio para el auditorio), posibilidad de obtener algún punto de libre configuración por los estudiantes que tenga remota relación con el asunto, aire acondicionado y confort de los asientos en el local, etc.
Invito al lector a detectar los elementos que, en su opinión, hacen atractivo cualesquiera de los productos a los que atribuya éxito actual en el mercado y preguntarse qué relación guardan con los principios sacralizados de Mercatus. Confío en que concluya, como yo, que estamos confiando en un incompetente, que se nos hace el gracioso para ocultar sus profundas carencias.
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(1) No encuentro razón para disertar aquí sobre los ocasionales elementos "correctores" que se introducen al mercado desde las posiciones neoliberales; y, aún menos, para discutir con los defensores sectarios de un Gran Estado regulador a qué tipo de aberraciones conduce rápidamente, con el aval de la Historia, dejar que unos pocos (no importa cómo se elijan) controlen la producción y reparto de las plusvalías colectivas.
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