Desglobalización, insostenibilidad y marcha atrás.
Se están desmoronando sin estrépito, afectados de aluminosis mental, los edificios precariamente construídos en los años de bonanza.
Levantados en los terrenos recuperados en gran parte a la filosofía buenista, los arquitectos de esas obras que se nos presentó como referente definitivo para la historia del mundo, estaban educados en escuelas en donde se impartían enseñanzas versátiles, que servían tanto para formar a nuevos ricos del socialismo permisivo como para adoctrinar a los hijos de los viejos guardianes del liberalismo clasista.
Obligados a abandonar las viviendas de conveniencia en las que nos creíamos sólidamente asentados, ya no se oyen discursos y alegatos a favor de la globalización, la sostenibilidad o la alianza de civilizaciones.
Más bien, al contrario. La campaña por las elecciones a la Presidencia francesa ha puesto énfasis, dada la personalidad de su autor, Arnaud Montebourg, persona de confianza del candidato socialista François Hollande, sobre su librito con un título que hubiera sido anatematizado hace un par de años: "¡Votez pour la démondialisation!".
En Toulouse, a finales de marzo de 2012, se ha librado una batalla entre las fuerzas del orden y un yidahista, asesino confeso, en la que se pueden localizar nada tranquilizadores elementos. El despliegue realizado por la policía y el ejército fue colosal, y su objetivo evidente era demostrar a la población que se velaba por su seguridad.
Sin embargo, la muerte en el tiroteo del islamista -la religión como significante- deja abiertas las cuestiones acerca de qué organización estaba detrás de sus acciones, con qué medios cuenta, y todas estas interrogantes reactivan los miedos de una población -no solo francesa- que no entiende porqué el odio de las cruzadas ha rebrotado en un mundo que se decía civilizado, de própósito global y muy preocupado por volverse sostenible.
La reapertura en España del debate electoral -circunscrito a solo dos regiones, pero muy relevantes para la evolución de la plasmación práctica de los llamados ideales socialistas en el país-, ha servido también para detectar el cansancio de los mensajes de la izquierda clásica, vencida, además, no en el campo de la batalla ideológica, sino en el desamparo autónomo provocado por la corrupción interna, el amiguismo marginador de mérito y capacidades y, ya para vergüenza insoslayable, el descontrol del gasto público.
Estamos en marcha atrás, aunque tengo la impresión de que, en lugar de volver la cabeza para tener cuidado de por donde vamos, seguimos mirando por el cristal delantero.
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