Sobre desarrollo, ejército y ambiente en la Unión Europea
Que la Unión Europea está viviendo horas bajas, lo saben hasta los niños de parbulario. La secesión económica del Reino Unido es solo un síntoma más, que quizá duela más intensamente porque afecta al hueco de los sentimientos en donde se guardan los dineros.
No es cuestión de poner nuevamente de manifiesto las carencias del modelo. Las divergencias entre la Comisión Europea y el Parlamento son demasiadas y demasiado evidentes. Porque si, impulsados por una voluntad de independencia y una autosensación de poder definir directrices para un modelo común, los funcionarios de la Unión trabajan en conseguir imponer normativas cuyo cumplimiento posteriormente se revela difícil y dispar, los representantes políticos en el Parlamento defienden intereses de partido, Estado o incluso región, especialmente cuando se ven bajo los focos de las televisiones.
Hemos puesto en el título del Comentario tres elementos que, aunque sin correlación a primera vista, han estado siempre entrelazados. No como cosa de ahora, sino desde que el mundo es mundo.
Un Estado fuerte se ha vinculado siempre a un ejército poderoso; es cierto que, desde hace un par de décadas, los países más desarrollados no se dedican a guerrear entre sí, prefiriendo ordenar las controversias que provocan, de diversas formas, en los países más pobres, pero el impulso a la industria de armamento -ahora llamada, eufemísticamente, de defensa- sigue siendo considerado como uno de los ejes de su desarrollo; basta analizar el porcentaje del PIB que se dedica a este capítulo de gastos directamente (ya no digamos, indirectamente).
Si fuera necesario encontrar argumentos de autoridad para justificar el empleo de recursos en esta industria, que tanto ha contribuído -y esto cuenta, desde luego, en su haber- al avance en la medicina, las comunicaciones, la recuperación de espacios degradados, las técnicas de fabricación de materiales con altas características, etc., podríamos recurrir incluso a Albert Einstein: "El mundo es un lugar peligroso, no por los que hacen el mal, sino por los que no hacen nada por evitarlo".
Sin ejército propio ni estrategia conjunta de defensa, la Unión Europea no puede basar su credibilidad exterior -esto es, su capacidad de presionar para que se realicen sus propósitos- más que en declaraciones de buena voluntad o movimientos unilaterales de ejemplaridad, que confía seguirán los demás, por imitación.
Gracias a esa política de gestos, la distancia respecto a Estados Unidos, China o Japón -por designar a quienes están dominando los mercados o la tecnología- es cada vez mayor: las buenas intenciones no cotizan en las Bolsas de intereses mundiales.
Dando un giro solo aparente a los razonamientos, la Unión ha creído ver en su defensa del ambiente, al amparo de ciertos estudios realizados por varios científicos, una oportunidad económica para ampliar su mercado. En España, se sigue difundiendo en algunos foros que "el ambiente" crea empleo (ocultando que, en balance neto, lo destruye).
Alemania y Francia -sobre todo- se han aprovechado, impulsados por la necesidad de dar salida a sus excedentes, de una estrategia definida con hilos muy precarios, por la que se defiende que la inversión en control ambiental es necesaria, y, gracias a ello, han aumentado su penetración tecnológica en los países en desarrollo (y la dependencia de éstos).
Los demás países europeos -y en especial, los del sur de Europa- se han empobrecido o se han empeñado en costosas inversiones que no pueden rentabilizar al completo, porque la "recuperación y la defensa del ambiente" es siempre costosa y, por tanto, es ocupación para momentos en que las economías estén boyantes, no para épocas de crisis.
En fin: sin política de defensa, con recursos dedicados a la protección de un ambiente que ya no produce rentabilidad sino que la consume y faltos de una estrategia común de desarrollo, los países de la segunda o tercera velocidad dentro de la Unión Europea solo pueden desear que pase el huracán sin que se lleve por delante las estructuras.
De momento, representantes de países que antes se ponían de rodillas ante las exigencias de la Unión Europea, ahora le sacan tranquilamente la lengua. Marruecos, Mauritania, Turquía, han protagonizado algunos ejemplos recientes.
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M.A. -