Por la cara
La forma más barata de conseguir algo es, desde luego, por la cara. No se debe entregar nada a cambio -por supuesto, no el rostro-, solo apropiarse del objeto.
Ni siquiera hace falta esperar a que el poseedor de lo que se arrebata esté distraído, basta confiar en que no lo reclamará cuando lo tengamos en nuestras manos. Quien se apropia por la cara -que, es, por tanto, un jeta- cree tener el derecho sobre la cosa, por ser quien es, porque entiende que se le debe algo o, en el caso más habitual, porque sí.
Un caradura es, por elevación, no solo el que arrebata objetos a terceros, pues más frecuentemente, lo que anda es pisándoles derechos: hay, como todo en la vida, diferentes grados. Desde el que tira las colillas en los alcorques al que se aprovecha de ocupar un cargo público para hacer reformas en su chalet con el dinero de los contribuyentes (que, por cierto, no habrían pensado jamás en contribuir de ese modo a mejorarle la casa al desalmado).
Los hispanoparlantes tenemos mucho gusto en sacarle punta a casi todas las palabras. Por eso, dar la cara es otra cosa muy distinta. Se hace cada vez menos, y no porque esté mal visto, sino porque se prefiere pasar desapercibido, no va a ser que.
Si se ve uno inmerso en un lío, lo mejor parece ser poner cara de circunstancias, e incluso de póker, como si la cosa no fuera con ese uno. Si hubiera mal tiempo, se podría poner buena cara -el viejo consejo tiene enjundia, pues de esa manera se alejan muchos comentarios de esas gentes que se alegran de lo mal que le va al prójimo, sin poner remedio alguno.
Poner buena cara es parecido, pero no igual, a poner otra cara. Lo suelen decir los amigos de parranda, cuando temen que les agüemos la fiesta. En tales circunstancias, se podría poner cara de pocos amigos -además de la cara de circunstancias propiamente dicha-, pero sería aún peor.
Por cierto: con el paso de los años, sin que hayamos caído en la cuenta de ello o no queramos caer, cambia nuestro aspecto, aunque nos hagamos el lifting más precioso. Un ejemplo: cuando cometíamos una travesura, para no ser castigados, bastaba con poner cara de cordero degollado, o carita, (en recuerdo de esas caritas de querubín seccionadas de cuajo que pintan los artistas religiosos entre nubes).
De mayores, hagamos lo que hagamos, cuando queremos disimular de haber causado un estropicio, solo se nos pone el careto. Cojan Vds. los periódicos, verán un buen muestrario.
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