A mayor gloria
Aunque ha quedado completamente demostrado que la responsabilidad de la crisis internacional no es culpa del gobierno de Rodríguez Zapatero sino de los golfos apandadores de la mafia internacional, el cambio de gestores de la cosa pública en España abrirá un inevitable período de borrón y cuenta nueva durante el cual, como siempre sucede en estos casos, se atribuirán a los que se vieron obligados a marcharse déficits ocultos, cuentas por pagar, amortizaciones mal realizadas y despilfarros injustificados.
Esa es la tónica, y el Partido Popular no la va a cambiar, por lo que vamos viendo en las autonomías en donde se ha hecho con la gestión política. Decir a los administrados que todo se encontró muy mal -manga por hombro- es no solamente un argumento de oposición, sino una forma de facilitar la toma de decisiones, cuando se pretende apretar cinturones y reducir gastos, echando la culpa de la austeridad a los que se fueron y preparando el camino para que las mejoras, cuando se produzcan, sean atribuídas al nuevo equipo.
El paso por la piedra de moler a lo hecho por los antecesores encuentra un contrapunto casi cómico en el deseo, -visto con perspectiva, no solo fatuo sino también infantil-, de pretender prevalecer, dejando su nombre al lado de lo que se ha construído en la época en la que los tuvimos como mandatarios -con nuestro dinero-, como si fuera clave para la posteridad. En estas décadas del hormigón armado, por cierto, ha sido muy sencillo fabricar acueductos, autovías, puentes, mausoleos o museos de la ciencia, cuya utilidad, en no pocos casos, está por demostrar.
Llevados por su fatuidad, no son pocos los politicastros que nos han llenado las esquinas, las plazas, las fachadas, los espacios, de placas con sus nombres. No culpemos, con todo, solo a los de una facción política: el mal es general; coexiste con el cargo.
Los ejemplos ploriferan por doquier. Aquí, en el cutre monumento a los marineros fallecidos en el que fue su elemento de vida, los nombres de un alcalde y un consejero con letras de bronce en una placa que dice no se qué sobre el día en que pasaron por allí con su ego a cuestas. Acullá, en la remodelación de un edificio de esos que llaman singulares, -para vergüenza de la inmensa mayoría de los que no lo son-, aparecen ligados los apellidos -no los cargos, no las funciones- de un par o un trío de personajillos que tuvieron a bien inaugurar con su presencia un nuevo monumento a la desfachatez con la que quieren que los vean en el futuro junto a Hausmann, Palacios, Soria o Corbusier.
Hemos encontrado, en una población -que no citamos, porque confiamos en que no será la única- una de esas placas proliferantes en las que un justiciero borró los nombres de quienes anunciaban su gozo con más dinero público. La cosa, al final, quedó, más o menos, así: "El día, tantos de cuantos, fue inaugurado este edificio siendo presidente de la autonomía" (aquí las letras arrancadas)" y a mano, en letras apuradas: "El pueblo llano".
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