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Al Socaire de El blog de Angel Arias

En turno de réplica: así vemos los españoles a los suecos

Nos caían simpáticos, los suecos. Serios, altos, con corpachón, aunque, para el fútbol, algo blandos de canillas. Eso, los hombres.

Las mujeres suecas fueron siempre para darles de comer aparte: su contribución a la formación sexual de los españoles varones en los 60 y 70 nunca será olvidada. Figura en los anales de nuestra historia colectiva, en las bases de nuestro orgullo viril, y ocupa un espacio conversacional en las relaciones de hechos gloriosos en batallitas de juventud de una parte importante de ocupantes de nuestros geriátricos, residencias de ancianos y del "cuarto de tu padre".

Gracias a ellas, a su desprendida colaboración, existe el latin lover, se justifican tanto el sexto como el noveno mandamiento, y muchas españolas han llegado vírgenes al matrimonio.

Expliquémosnos ya. Nuestra indignación proviene de un documental difundido por la TV Sueca en el que, sin venir a cuento, dado que nuestras relaciones con la corona sueca son pacíficas, se ridiculiza la forma de trabajar de los españoles. En esencia, se defiende que aquí permanecemos mucho tiempo en las oficinas, pero no para currar, sino esperando que se vaya el jefe, charloteando con los compis o escribiendo para Féisbuc.

Y, para demostrarlo, han estado filmando, a altas horas de la tarde, espiándolos con cámaras ocultas, a probos empleados de Torre Picasso, de las altas torrres de Kio y otros edificios de oficinas en donde se asientan nuestras joyas de la corona empresarial, pretendiendo desprestigiarlas.

Porque todos sabemos que los españoles, jamás desconectamos de nuestro trabajo (los que lo tenemos): en el fútbol, en casa de los suegros, en el wáter, en los oficios, en la cola por el pan, en la conversación con el vecino.

En todo momento, estamos dispuestos a criticar al compañero que no nos cambia el turno, que es un pelotilla, que nos quitó el bolígrafo; al jefe, que es un torpe, y un cabrón y un inepto; y a la empresa, que no valora al personal, que protege a enchufados, en la que otros ganan una pasta gansa con nuestro trabajo, y que si se va al traste es porque no hay quien tenga el mínimo sentido de futuro.

Por eso, por ahí no pasamos. No podemos castigar a Ikea movilizando a todo el personal a que no compre ni siquiera un tirador ni una jabonera en ese imperio del todo a cien para recién casados sin ajuar. Ya no ha lugar a prohibir la importación de Volvos, porque ahora todo el mundo en España tiene suficiente pasta para comprarse un coche coreano de esos de usar y tirar y, si se dedica a las finanzas subterráneas, posiblemente  le alcance para subirse a un BMW, un Audi o un Mercedes de segunda mano.

Pero algo sí podemos hacer, para que esos nueve millones de suecos se nos pongan de rodillas.

Rescatando nuestras esencias del sex appeal, en una expedición pacífica, bien organizada -habría que convencer, quizá a Mourinho, para que defina la estrategia y hacer lo contrario-, desplacemos a ese lugar en donde se jactan de haber inventado los vikingos y el colchón de láminas, a una élite de nuestros jóvenes varones, una fuerza de la naturaleza a la que tenemos básicamente en paro, con un objetivo glorioso: conquistar a cuantas más suecas, mejor. (Advertimos que, por si hay niños leyendo esto, empleamos un eufemismo).

En esta labor patriótica, es preciso que ningún español en edad militar se haga el sueco. Al contrario, que se aten bien los machos y que si se han de hacer algo, que se hagan la depilación de los sobacos.

La Patria necesita movilizar a los varones, porque está en peligro lo que tenemos por más sagrado: la picardía de hacer creer a los demás que estamos hasta el gorro de trabajo, que estamos preparando los exámenes, que las tareas de la casa nos tienen ocupados hasta las tantas, que no damos abasto para solucionar tantos problemas, que estamos atendiendo sin descanso la reparación de su cacharro... y, en verdad, lo que hacemos es no dar ni clavo, estar mirando las musarañas, para mayor satisfacción de la sin hueso.

Estos suecos, ¿qué se habrán creído? ¿que nos chupamos el dedo? ¡Se van a enterar!

2 comentarios

Administrador -

Gracias. Guillermo. El sentido del humor es, en esta época, una de las pocas cosas que merece la pena conservar intacto.

gullermo díaz -

Hola Angel: Me encanta tu socaronería. Es un placer leerte.