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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre los Prados Asfódelos

Sobre los Prados Asfódelos

Hacia la mitad de la primavera, en terrenos calizos apropiados, florecen unas plantas enhiestas con unas inflorescencias grandes, nervadas, inconfundibles. Se llaman asfódelos y, para los antiguos griegos, eran la comida preferida de los muertos, por lo que las plantaban en los cementerios, para que los difuntos no tuvieran que separarse mucho del lugar donde yacían eternamente.

Denominar a la avenida principal de una ciudad con un nombre que recuerde la antigüedad clásica, es demostración de cultura y tiene la ventaja de que se reducirán las posibilidades de que una nueva Corporación le cambie el nombre, para así pretender colar en la inmortalidad que da el asfalto a uno de los suyos. Los franceses se han apropiado, para otorgárselo a la avenida principal de París, del hermoso nombre de Los Campos Elíseos, una especie de cielo en la que los dioses y los héroes reposaban felices.

De tener la intención de apelar al más allá metafísico como símbolo de la eternidad utilizando la mitología griega, no hay mucho donde elegir. Solamente son tres los espacios en los que se consideraba dividido el reino de Hades, el inframundo de los mortales fallecidos y, si deseáramos cambiar el nombre del Paseo de la Castellana o de cualquier arteria mayor de uno de los pueblos de España -que tampoco es que sea imprescindible, pero da para un debate-, nos quedaría la opción de elegir entre Prados Asfodelos y Tártaro.

Sin embargo, el Tártaro, como es sabido, es la denominación de los infiernos, lo que, si bien en algunos días pudiera parecer adecuado a algún malévolo para definir la situación de la calle principal del Madrid interior a la M-30, sería injusto como invocación permanente, incluso teniendo en cuenta el caos circulatorio de la capital de España, agobiada por el persistente uso del transporte individual por parte de ese 70% de motorizados que viven en las afueras y trabajan, compran y comen en su centro.

Nos quedaría, pues, la posibilidad de invocar a los Prados Asfódelos o a su heterónimo, Campos Asfodelos o Asfodelinos (que no es la misma planta, pero se parece) ya que, si nos acogemos a la descripción que realiza de tal lugar Homero en su Odisea, el nombre es apropiado para un roto como para un descosido: los Campos Asfódelos son el lugar en donde reposan aquellos que han procurado llevar una vida de rectitud, con el mérito singular de no pertenecer a la élite de los dioses ni de los héroes; o sea, el grupo en el que aspiramos ubicarnos casi todos los humanos de a pie.

Advertimos, sin embargo, que habrá eruditos que digan que el lugar de los Asfódelos de marras ha sido objeto de otras interpretaciones y elucubraciones por los imaginativos clásicos que no lo hacen tan atractivo. No importa. Fonéticamente suena bien y la planta es hermosa y, de verdad -aunque no la hemos probado, y ojalá tardemos, si ha lugar, algunas décadas-, comestible por sus tubérculos, una vez cocidos para reducir la cantidad de asfodelina, una droga que afecta al pulso cardíaco.

Cuestiones culinarias aparte, un asunto delicado es la selección de las esculturas que habríamos de poner, sustituyendo las existentes -salvo la de Cibeles y Neptuno-, en las glorietas de la avenida de los Prados Asfodelos, que, siempre pensando en Madrid, podría comenzar con ese arco de triunfo inconcluso que hoy forman las torres de Kio, (al que convendría completar con un paramento horizontal, medida que nos daría mayor seguridad de que no se cayeran la una contra la otra ante la eventualidad de cualquier terremoto o tsunami) y terminar en la estación de Atocha.

Sin duda, una de esas plazas habría de estar dedicada a Teseo, incansable batallador, que dió muerte al Minotauro a puñetazos (las armas de mayor precisión eran por entonces desconocidas), liberando así a los suyos del tributo de siete doncellas y siete jóvenes que, periódicamente, constituían su dieta.

El bueno de Teseo fue rescatado del Hades -al que había viajado por amor, enfermedad que también padecen dioses y héroes- por Heracles, que pasaba por allí para realizar los trabajos que se le habían encomendado, y que pudo despegarle de la silla en donde el maléfico dios del inframundo le había encolado durante un banquete.

Seguro que muchos de los alcaldes y alcaldesas de este país sueñan con ser reencarnación de ese héroe y reclamarían para sí el privilegio de dotar a la efigie con su propio rostro.

Pero eso es ya otra historia, ¿no?

1 comentario

miguel do Mazo -

no manejo face.
Pero ahora te criticaré!!.
salutem