Entre pocos anda el juego
La conmemoración del centenario de la Residencia de Estudiantes, creada en 1910 por la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, ha puesto un asterisco de atención sobre esa experiencia, insólita hasta entonces en España, y que consiguió funcionar como un activador de creatividad para un grupo de jóvenes que tuvieron en ella el estímulo para desarrollar sus potencialidades y generar, por interacción, nuevas ideas, bajo la tutela incitadora de buenos maestros.
La combinación de una juventud receptiva, -autoimpulsada por el encuentro de mentes animadas unas con las otras, en una emulación que avanzaba por el campo abierto de la imaginación- y un grupo de educadores sin intenciones doctrinarias pero con un bagaje cultural sólido, proporcionó un momento de gran fertilidad en una tierra, España, que es capaz de generar excelentes capacidades, pero que tiende a abortarlas, en cuanto las descubre, para sepultarlas con las poderosas armas de la envidia, la mediocridad, la apatía y otras herramientas que, al garantizar la vulgaridad, sirven de defensa a quienes no desean que nada cambie, para poder seguir haciendo de las suyas.
Hoy, nuestro país necesita tanto de estímulos para que los jóvenes talentos no se malogren, como de perspicacia y serenidad para evitar que los conocimientos de quienes pueden ser óptimos maestros no se desanimen o no encuentren las aulas adecuadas.
Hay que reunir a unos y otros, y no solamente para efectos demostrativos. No podemos permitirnos desperdiciar ni a unos ni a otros. Y el ejemplo de la Residencia de Estudiantes, pero también su historia posterior -la destrucción de lo conseguido, la persecución de cuanto significaba originalidad, la imposición del dogmatismo como fórmula de educación, etc.- debería servirnos de acicate inmediato para romper las barreras que nos anclan a la mediocreidad, el conformismo, la dependencia de otros, menos creativos, pero más prácticos.
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