Sobre la necesidad de Dios y la necedad del Hombre
No es este un Comentario religioso, aunque tampoco pretendemos que sea juzgado como irreverente. Sencillamente, partimos de una verdad experimental que no ha sido rebatida hasta ahora: no hay constancia de que Dios exista.
Se trata de una aseveración demoledora para todo ser racional, desde el momento en que es consciente de que él si existe. La experiencia empírica de la propia existencia es irrebatible, sin embargo: hemos conocido a otros seres, aparentemente idénticos a nosotros, salvo pequeñas diferencias, que han dejado de existir. Esa percepción es particularmente dolorosa cuando se plasma en relación con quienes hemos amado y han muerto.
Que no haya constancia de la existencia de un ser superior responsable del orden y del desorden en que nos vemos obligados a desarrollar nuestra existencia, no implica que no lo necesitemos. Ante todo, para justificar nuestra presencia aquí, de una forma sencilla y asequible para nuestra limitada inteligencia.
No tenemos mucho que objetar,siempre que cada uno cubra sus necesidades sin afectar la existencia de los demás, al menos, no significativamente.
Lo que nos parece muy singular es que parte de la Humanidad haya hecho tantos esfuerzos en añadir atributos, actuaciones, manifestaciones, a ese ente de cuya existencia no tenemos constancia. Cuando analizamos los pronunciamientos de teólogos y otros proclamados o laureados como expertos de las diferentes apreciaciones con las que la imaginación ha conformado los seres superiores que han surgido como respuesta a la necesidad, en las diferentes generaciones, y especialmente, en nuestra era, no dejamos de sorprendernos.
La importancia del caso es evidente, pues existen, sin réplica posible, muchos más teólogos que, ponemos por caso, unicorniólogos, por expresarlo con la mención a otro ser cuya existencia no ha sido probada, aunque es cierto que no se ha demostrado tampoco que se tenga necesidad de ella en relación con la nuestra.
Es inquietante que una cuestión tan sustancial para tranquilizar y orientar nuestra existencia está repleta de aristas y claroscuros, y lo es más si analizamos el uso de ese desconocimiento por quienes lo vienen utilizando, sin reservas, para hacernos nuestra vida más difícil. En ese punto, la necesidad de Dios y la necedad del Hombre se diría que convergen.
Mientras tanto, la ética sigue llamando a nuestra inteligencia, solicitando el lugar que le negamos, acomodados en la referencia a un ser que hemos ido creando a nuestra imagen y semejanza. Gracias a esa añagaza, se ha desplazado hacia el mundo de lo imaginario la sanción por las escandalosas faltas de solidaridad de las que somos testigos cada día, con el argumento edulcorante de que El se encargará de poner orden, fuera de los confines del tiempo y del espacio, a los desperfectos que se causan tranquilamente, incluso invocando su nombre, en el acá y ahora.
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