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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre las principales categorías de supervivencia en la selva laboral

La necesidad de incorporar regularmente algo de pasta al coleto para sobrevivir, si no se es rico de familia o paniaguado, obliga a tomar (salvo excepciones, s.e.) una decisión temprana acerca de dónde ubicarse en el tablero de los curros disponibles.

Como ningún ser humano, ni siquiera Obama -laureado en Harward y sublimado a la Presidencia del que fue más poderoso país del mundo hasta que China le arrebató, hace un par de días, el prestigioso cetro-, es capaz de entender la compleja estructura sociotecnológica (por ponerle un apellido) por la que se están generando y destruyendo continuamente puestos de trabajo, todos los que tienen que trabajar para vivir han de decidir alinearse entre tres opciones básicas, o categorías, a saber: a) funcionario; b) trabajador por cuenta ajena; c) empresario o autónomo.

En España, al menos, la elección que se haga, cuando no se dispone aún de la más mínima información sobre lo que uno quiere ser en relación con el mundo circundante, depende del camino que le señalen al educando sus tutores, quienes utilizan su frustración personal, el azar, la intuición o la consulta a expertos en -interpretar el Tarot -según su cultura- para orientarse.

Hay quien habla de predisposición natural, vocación y otros dogmas, arcanos y misterios de la vida en sociedad, pero no se ha podido comprobar que tales elementos existan realmente en los fenotipos individuales, excepción expresa (es decir, s.e.)  de unos pocos oficios singulares, como puedan ser el de la capacidad para ser campeón mundial de ajedrez (y ni más ni menos que eso), descubrir la teoría de la relatividad o desvelar la conjetura de Poincaré (ahora ya, devenido objetivos imposibles por haber sido ya satisfechos), tocar el piano vuelto de espaldas a los seis años (presuntamente prohibido por la Ley del menor) o abrazar el camino de la santidad (desaconsejable).

Fuera como fuere, la elección marcará ineludiblemente el destino de la persona, porque las tres modalidades no tienen, salvo excepciones, puntos de comunicación en el currículum individual. Así pues, una vez conseguido acceder al estatus correspondiente, se será con probabilidad prácticamente igual a uno, funcionario, trabajador por cuenta ajena o empresario, para toda la vida.

El orden en el que se han escrito estas opciones indica también la tensión emocional y las dificultades de supervivencia que marcarán la vida posterior del sujeto. Esta constatación es curiosa, porque las tres, sin embargo, se encuentran interrelacionadas en la estructura de la sociedad y, por tanto, se necesitan -a nivel conceptual, unas a otras.

Los funcionarios no podrían existir si no fuera preciso ejercer el control sobre las otras dos categorías, en la protección del interés general, que es, sin embargo, un concepto difuso que, en nuestra sociedad está en continua revisión.

El cometido central de los funcionarios, que conforman una categoría social que, al tener garantizado su modus vivendi ad vitam aeternam y carecer de otras directrices que las que eventualmente emita un personaje advenedizo, llamado político, que utiliza -s.e.- su paso por la administración del Estado para hacer carrera personal, suele venir determinado por la Ley de la función pública y sus hijos y nietos legislativos, familia de extrema complejidad para el entendimiento del administrado como dificultad de aplicación para el administrante.

En realidad, la actividad básica de los funcionarios es mantener la presión adecuada para garantizar que, sobre todo, las otras dos categorías de seres humanos que conforman la población activa paguen impuestos, tasas, multas y gravámenes de muy diversos tipos.

Sea cual fuere el cometido real, su labor no se realiza por todos con igual intensidad pues, de acuerdo con el principio de los tres tercios, solo un tercio de funcionarios se aplicará con ahinco a la tarea, existiendo otro tercio que no se molestará en dar ni clavo, y, en fin, un tercer tercio que, aplicando el ni fú ni fá, se limitará al estricto cumplimiento de lo que le ordenen, que bien puede ser nada.

Todos ellos (s.e.) se quejarán siempre que tengan ocasión de la vida que llevan, siendo característico de esta categoría general que la remuneración que perciben sus integrantes es la misma, independientemente de la eficacia, dificultad o intensidad de las tareas que desempeñen.

Los trabajadores por cuenta ajena constituyen la mayoría de la población activa y la totalidad de la inactiva (rectius, parados en búsqueda de empleo). En esencia, a todos ellos les importa un comino lo que se les mande hacer, sin que guarde relación con su formación o habilidades, con tal de que les paguen afindemes, y se confesarán eternamente dispuestos a cambiar de lugar de trabajo (léase empresa), aunque muy pocos realizarán ese propósito teórico y, de entre los que lo hagan, muchos de ellos (s.e.) se arrepentirán de haberlo hecho.

Dentro de ese grupo, como es sabido, las remuneraciones por el trabajo realizado varían estrictamente en función de la eficacia, aunque esta eficacia no se mide desde la perspectiva del beneficio común, ni siquiera (s.e.) del beneficio para la empresa para la que trabajan, sino por la rentabilidad que consigan para los detentadores del capital de las empresas o sus máximos gestores; las empresas pueden ser tanto públicas o privadas y los máximos gestores pueden ser competentes e incompetentes, predominando (al decir de sus subordinados) estos últimos.

(continuará)

1 comentario

Miguel -

Espero con curiosidad la descripción de los emprendedores :)