Sobre la aconsejable contención de los ímpetus atrabiliarios
Los comportamientos atrabiliarios (es decir, destemplados y violentos) siguen estando en el orden del día de los que ven agotados sus argumentos, aunque el vocablo para definirlos haya caído en desuso o esté siendo mal utilizado (por ejemplo, en "medidas atrabiliarias", creyendo significar, injustificadas o arbitrarias).
Lo atrabiliario es inadecuado, impropio, y está fuera de lugar, no por su propia naturaleza, sino porque demuestra que quien utiliza este recurso ya no tiene más.
En una negociación, para ser atrabiliario, no hace falta dar el puñetazo encima de la mesa. Basta con levantarse de la reunión, y afirmar que se han agotado las posibilidades de entendimiento, porque el otro (o los otros) no tiene nada que ofrecer.
Cuando se anuncia una huelga general -que lo será, por supuesto, siempre por parte de los que ponen en el mercado de la producción sus capacidades y habilidades individuales- es inevitable hacer una valoración de hasta qué punto se ha dado suelta a los impulsos atrabiliarios.
Ya en otras ocasiones hemos expresado que las huelgas -particulares como generales- castigan, sobre todo -y casi únicamente- a los usuarios, a los clientes de la empresa o institución que deja de ofrecer el servicio o fabricar el producto. Convierte a éstos en rehenes de una causa que no es la suya, haciéndolos escudos humanos, paganinis y víctimas de una relación en la que no son parte y sobre cuyo control carecen de capacidad de decisión.
La huelga será un derecho de los trabajadores -¿cómo discutirlo, si está reconocido hasta constitucionalmente?- pero hay mucha tela que cortar al respecto de su ejercicio.
Los convocantes, que son hoy día prácticamente en exclusiva los sindicatos, debieran tentarse bien la ropa antes de lanzarla. Y, si se deciden a hacerlo, mucho más deberían analizar si lo hacen por objetivos en defensa de las trabajadores -y de cuáles, y porqué-, si siguen "posiciones de izquierda" -cuya exclusiva no la tiene hoy el mundo del trabajo-, o si, en realidad, son víctimas de la enfermedad senil del izquierdismo.
La "enfermedad senil" del izquierdismo consiste, en nuestra modesta opinión, en despreciar el conocimiento de cómo se tejen actualmente las relaciones económicosociales y exigir medidas que no son viables, y que, por tanto, no se desea que se tomen, porque lo único que se pretende es tensar la cuerda pero sin ánimo de que se rompa.
Conseguir, en fin, un "efecto demostración", una exhibición de que "estamos ahí", sin más ánimo que tocar un poco los chirimbolos, meter bulla, sacar la charanga de los bombos y platillos es dar a la huelga un fin espurio.
Porque la convocatoria de una huelga tiene que tener, siempre, claro el objetivo. No puede ser, por supuesto, indefinida, y tampoco debiera ser "general", porque no hace falta demostrar que si nos paramos todos, nos caemos.
Ha de reducir al mínimo el perjuicio para terceros, no ha de poner en peligro el sistema productivo, no ha de ser utilizada para pretender algo que no tenga que ver con el ámbito de acción de los huelguistas.
No son, en este momento de crisis, los que tienen trabajo quienes más sufren las consecuencias. Son quienes no lo tienen -¿por qué hará falta decirlo?-. Y no van a tenerlo más fácil si los asalariados (y, especialmente, los liberados sindicales) pretenden "presionar al Gobierno" para que "cambie el objetivo de su política económica".
¿Me lo repita? Hasta ahora, lo que parecía es que los sindicatos demostraban su desacuerdo con aquellas de las medidas adoptadas que han supuesto, en puridad, la congelación o reducción (mínima) de las nóminas. Hemos oído de sus representantes críticas acervas respecto a un empresariado supuestamente egoísta, insolidario, corrupto, que parecían extraídas del túnel del tiempo.
No vendrá mal recordar que una posición beligerante del mundo del trabajo frente al empresariado, además de injusta, es contraproducente. Al pequeño y mediano empresario no hace falta una huelga para enseñarle lo que significa esta crisis.
Y para la gran empresa, esa que tiene sus tentáculos por todo el planeta, no va a estimular su capacidad inversora. Ese capital, sí, sabe jugar bien a lo global y no tiene empacho alguno en escaparse por la puerta de atrás y poner el dinero en otros países en donde la mano de obra sea más barata y menos contestaria, y la legislación más tolerante.
La huelga general en España por parte de los sindicatos el 29 de septiembre de 2010, de llevarse a cabo, será atrabiliaria.
Por destemplada y por violenta. No estamos, al manifestarnos así, a favor del gobierno ni en contra de los sindicatos. Expresar una opinión sobre una actuación no puede extrapolarse a todo el lucernario.
Estamos del lado de los pragmáticos; una fracción, tal vez minúscula, de los que tratan de analizar los efectos y los fines y no están obsesionados con dar brillo a los instrumentos que producen la algarabía.
1 comentario
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Y no hemos querido irnos sin antes dejar un comentario.
Saludos y mucha suerte en el concurso, aunque la cosa está complicada...