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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre títulos, formación y competencia

(Nota previa: Con este Comentario, habremos alcanzado los 310 escritos este año. Sumados a los 360 que hemos publicado en 2009 -recogidos en un libro con el título de Ensobrados- y a los algo más de 330 que forman parte de lo difundido desde septiembre de 2007- hemos superado las 1.000 reflexiones sobre otros tantos aspectos de esa materia proteica que es la vida en compañía).

Hubo un tiempo en que lo que se enseñaba en los centros de formación capacitaba para ganarse la vida. El título, fuera el que fuese, era una salvaguarda de competencia, pero, sobre todo, una garantía de que, con él, se encontraría trabajo.

Para la transmisión de ese saber hacer, que era necesario para el buen funcionamiento de la sociedad, y que suponía el establecimiento de un cierto orden por el que los que más sabían podían obtener mayores beneficios -con todas las salvedades de un enunciado tan simplista de cómo se han construido las desigualdades sociales- nacieron los gremios, las Universidades y, también, los Colegios y Asociaciones profesionales.

La separación entre el mundo real y la academia sufrió, en España, un proceso rápido en la segunda mitad del pasado siglo. Curiosamente, no vino motivado por la, en muchos casos, ignominiosa y en la mayoría, injustificable, elevación al grado de catedrático universitario de quienes habían adornado su currículum con el mértio de haber luchado junto a Franco.

No. La ruptura sucedió a principio de los ochenta, cuando profesores núbiles con el saber, que no tenían relación con los creadores de empleo y actividad, accedieron masivamente a doctorados y cátedras y, prácticamente, monopolizaron la impartición de la enseñanza en los centros docentes públicos. Convertidos en felices funcionarios, se hicieron mayores empeñados en repetir una y otra vez viejos esquemas que se iban quedando rápidamente desfasados o inútiles, y, en otros casos no despreciables (aunque sí académicamente considerados) profundizaron en elucubraciones que poco tenían que ver con lo que se precisaba aplicar, cavando en fosas de poca utilidad.

No se debe pensar que esta reflexión afecta únicamente a la docencia técnica. Salvo las socorridas excepciones, la enseñanza humanística corrió por los mismos derroteros de la poca imaginación y el escaso esfuerzo.

La distancia respecto al saber filosófico, histórico o jurídico -por ejemplo- puede suplirse con el estudio individual de los hallazgos ajenos y, en todo caso, la imaginación latina se mueve con fertilidad en los terrenos de la creatividad donde bastan el papel y la improvisación. Pero en lo técnico esta disposición natural a usar el ingenio no sirve.

Hubo un cataclismo en el momento en que los hallazgos más relevantes en el terreno tecnológico, se separaron definitivamente de las Universidades de medio pelo, y, en no pocos casos, quedaron concentradas en la relación de unas pocas eminencias con los centros de investigación de grandes grupos.

Las empresas que trabajan en España -casi en su totalidad dependiendo o cortejando a grupos internacionales- en los campos de materiales, de productos químicos o farmacológicos, de electrónica y comunicaciones avanzadas, etc. decidieron formar a sus propios técnicos, cualificándolos como les apeteció, a partir, eso sí, de una selección estricta en la que, junto a una carrera universitaria relevante se concedió mayor valor a los test sicotécnicos y a la entrevista personal, con los que se cataloga la predisposición de los candidatos a asumir los "valores de la empresa".

Ahí está nuestra Universidad española. Languideciendo en el ránking de los relevantes, copieteando a los mejores y, en el más habitual de los casos, poniendo de manifiesto la apatía, el desánimo, la falta de esfuerzo, la comodidad de saber que se es funcionario y que, hágase lo que se haga (y lo que no se haga), nada podrá mover al profesorado de sus asientos.

Es imprescindible abrir la Academia a los méritos, olvidarse de los actuales métodos de reclutamiento de profesorado, anclados en el nepotismo y en la evaluación artificial de los currícula, e introducir aire fresco en las aulas. No será sencillo, pero es necesario. Como comer.

 

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