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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la vocación política

Hay un engaño incrustado en la sociedad por el que algunos quieren convencerse -más bien, convencernos- de que están hechos para la política, es decir, para el manejo de la res pública (la "cosa pública").

Por cierto, que aunque una mayoría de los que les seguimos el juego asociamos "manejo" con la plasmación del objetivo de hacer una buena gestión, un subgrupo de los primeros -los políticos- aprovecha para llenarse los bolsillos, mientras nos ponen la cara de tontos (simulando con los dedos los toques del virtuoso flautista de Hamelin o contratando para desviar nuestra atención, los cánticos seductores de unas náyades).

Se nos vende, pues, que existen "animales políticos", gentes que "tienen el Estado en la cabeza" o individuos con gran capacidad para "convencer a las piedras", utilizando variados artilugios que incluyen -pero no solo y no siempre todos- el encanto personal, la retórica, la dialéctica, la entronización mitológica, la puñalada en la espalda, el ejercicio del cainismo, etc.

Obviamente, también se encuentran, y en algunos de los políticos incluso en grandes dosis, la capacidad de entrega, la experiencia en el funcionamiento de los órganos del Estado, la inteligencia práctica, la afición a la síntesis, la preocupación por el análisis, etc.

Pero lo sustancial es lo que nos atrevemos a negar: nadie tiene vocación política. Primero, porque la vocación, en ese sentido de predisposición natural para una profesión es una patraña, un convencionalismo.

No existe vocación para ser ingeniero de montes, letrado del Estado, médico odontólogo o capitán de la guardia civil. Puede -de hecho, los hay-, eso sí, que haya niños a los que les guste más que a otros recoger hojas y clasificarlas, pronunciar sermones de memoria, cortarles las alas a las moscas (desaconsejable por maltrato animal, aunque fuera deporte nacional) u organizar desfiles con soldados de plastilina.

Ni siquiera existe, con ser de las más notables, la vocación para ser Alteza Real o Presidente de la República. Creemos, con todo, que, para determinados cometidos de alta representación -simbólica-, puede tener sentido formar desde niño a una persona para que, llegado el caso, ejercite la habilidad aprendida. Hay grupos que lo hacen así, desde los adoradores del Dalai Lama a las casas reinantes o destronadas, alimentándolos con jalea especial, a la manera de las abejas reina de las colmenas.

Pero, ¿para ser político? ¿Para que le confiemos la caja de la república y la facultad de tomar decisiones que nos afecten a todos? Para eso, deberíamos estar ya muy convencidos que lo imprescindible es que quien esté más alto, además de haber demostrado con anterioridad sus virtudes, se encuentre siempre sometido a la vigilancia de la mayoría, y que se le repita, de vez en cuanto, aquello que pretendía Terencio: "Respice post te. Homine te esse memento” ("Mira detrás de tí. Recuerda que eres hombre"), para que no se olvide de que el poder viene del pueblo, y no de él hacia nosotros.

1 comentario

Jacinto -

He encontrado tu blog por casualidad y me encanta. Te felicito por tu agudeza. Un abrazo,
Jacinto Buenavides