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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre libertades, tolerancias, respetos y educación

La vida cotidiana presenta muchos ejemplos de las distintas formas de entender la libertad de hacer lo que a uno le venga en gana, siempre que no se encuentre con las limitaciones de la ley, la autoridad competente o la moral que uno entienda debe respetar.

Porque reconozcámoslo: estamos en un contexto en el que una parte creciente de la población parece entender que todo el monte es orégano, que el que más chifle, capador o, dándole vueltas a lo mismo, tonto el que no salte y maricón el último.

Y es grave el tema. Pues, a la hora de la verdad, lo que parece contener el uso total de lo que cada uno entiende por libertad, no está en la propia contención y prudencia, o en el respeto al  mantener incólume lo que no es imprescindible, ni -cabe decir, que "por supuesto"-, en la consideración al daño innecesario que podemos causar a otros, conocidos o anónimos.

No. Lo único que limita el uso total de cada uno de esos ámbitos de libertad, es el temor (o en todo caso, el riesgo) a ser sancionado.

El grafitero que marca de colorines el escaparate de un establecimiento comercial puede creerse que ejerce el derecho a expresar su libertad creativa, pero sabe que se expone (al menos, así debiera ser) a que le pongan una multa e, incluso, si le descubre el dueño del local, a que le rompan la cara.

La niña de trece años que llega a casa a las cuatro de la madrugada después de haber participado activamente en un botellón, puede imaginar que ha pasado una noche guay y ha conocido gente maja (aunque no recuerde sus nombres), pero, al menos las dos primeras veces, ha de temer la probabilidad (al menos, así tendría que ser)de que su padre le prohiba salir el próximo fin de semana, ya que no el riesgo de quedarse preñada de un colega o de un desconocido.

El responsable de urbanismo de una localidad turística puede convencerse de que todos hacen lo mismo y de que su labor está muy mal recompensada, pero es (también algo probable sólo) que le cohiba el pensar que algún vecino le denuncie ante la Justicia por chorizo, en caso de que se pueda probar que la mansión de que disfruta la consiguió cobrando comisiones ilegales de algún constructor.

No queremos poner más ejemplos, porque cada lector puede añadir los que conozca o imagine y no es ese el propósito de este Comentario. Lo que queremos destacar es que se advierte en el ambiente una presión para ejercer los mayores grados de libertad imaginables, apelando a la tolerancia de los otros, en lugar de echar mano al respeto que nos debería merecer el ámbito del prójimo, en el que se penetra impune, desvergonzadamente, incluso, agresivamente.

El tema es preocupante, porque, las libertades ejercitadas sin autocontrol, tal como se tiende a hacer,en especial, por grupos incontrolados de individuos en los que se enmascara el anonimato que garantiza la  impunidad -legal o ética-, genera muchos monstruos sociales.

Sexualidad adolescente sin control trasladada a un deplorable libertinaje en el que la mujer es la gran perdedora; falta de atención al profesorado y a la cultura de los que piensan que el saber no ocupa ningún lugar (desgraciadamente); destrucciones paisajísticas y aberraciones urbanísticas aunque cuenten con el pertinente -y calamitoso- estudio ambiental; ignorancia consciente de los derechos al silencio y reposo nocturnos, a la prioridad de paso, al respeto de la propiedad común (y, por supuesto, la privativa), a las creencias religiosas, a los usos y costumbres de nuestro país de acogida, a las canas, a la autoridad, al desvalido, al débil, etc.

Si la agresión que ha puesto a prueba nuestra tolerancia tiene amparo legal, nos quedará la opción, cuando se nos hinche aquella, de acudir a la justicia, denunciando al libertario. Si solo lo tiene en el terreno ético, habrá que confiar solamente en que la madurez y la capacidad de reflexión acaben llegando al intruso y, ojalá -si nada sucede-, caigan sobre él las penas del infierno.

Pero ¡qué bueno sería que hubiera más educación por la que todos tuvieran claro que el ejercicio de la libertad no implica agotar todo el campo puesto a disposición, sino, más bien, disfrutar plena, consciente, serenamente, de la parcela en la que hayamos puesto, con orgullo, la bandera de nuestro respeto a los otros!

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