Sobre el futuro de las Cajas de Ahorro
Cuando se habla o escribe de la situación atípica que en la Unión Europea representan las Cajas de Ahorro, se suele omitir que la cuestión no proviene de una singularidad original de estas entidades, sino de que son el último reducto de una anomalía financiera.
El propósito de dotar de un objetivo social a la circulación de los dineros que fuera capaz de ahorrar una colectividad, encajaba con la genuina doctrina católica de los primeros siglos. Era inadmisible pedir intereses a quien necesitara dinero para sacar adelante su familia, porque los buenos cristianos deberían ayudarse y ya se obtendría la recompensa en la vida eterna, en bonos miríficos. Cuando el protestantismo puso algunas cosas en su sitio, introduciendo pragmatismo de mercado a la devoción sobrenatural, se perfeccionó el modelo de préstamo con rentabilidad a los necesitados de la colectividad.
¿Cuál es la diferencia entre una Caja y un Banco? Pues en realidad, son dos, y ambas muy peligrosas para la primera entidad. Los consejos de administración de las Cajas se articulan en torno a representantes de las Administraciones públicas -regionales y locales-, que tienen la mayoría o un peso muy importante en ellos (incluso superior a la representación de los impositores) y, en segundo lugar, han venido desplegando una función social, de ayuda preferentemente al desarrollo local, a las pymes e iniciativas regionales y a la promoción de viviendas de bajo coste.
La banca privada ha renunciado a meter sus pies en el sector industrial, porque las pocas veces que lo ha intentado, ha salido trasquilada. Aunque los Bancos más conocidos tienen algunas participaciones en grandes grupos empresariales, no existe en España una verdadera banca industrial. Los Bancos han preferido recolectar pasivo con bajas remuneraciones y prestarlo -con mayor o menor prodigalidad- a empresas y particulares. Incumpliendo, por supuesto, el mandato evangélico, al exigir tanto menores intereses cuanto más solvente (más rico) fuera el destinatario y favoreciendo, en general, al grande -en fauces y apetito- antes que apoyar a los chicos -que constituyen el cardumen empresarial-.
Las Cajas de Ahorro han seguido, frente a este camino por el diablo de la ambiciones capitalistas, una dirección errática o no uniforme. Algunas han ido perfeccionando y extremando sus mecanismos de control y reduciendo la libertad para organizar aventuras peligrosas de hipotético desarrollo regional, que estaban reduciendo su solvencia en el altar de las ambiciones políticas, y se han adaptado para funcionar como entidades financieras más puras y duras.
Otras, han seguido sirviendo de instrumento apetitoso a la ambición del político de turno de disponer de un dinero calentito, cuyo empleo sería supervisado por amigos correligionarios, con el que poner parches a los problemas de las empresas locales, crear instrumentos de posible promoción regional que aglutinaran a las fuerzas vivas, cuando no la construcción y ventas a plazo de viviendas de protección oficial, muchas de las cuales retornaron en los últimos años como activos enfermos cuando los beneficiarios no pudieron cumplir sus obligaciones crediticias.
El cuento de la lechera regional se acabó, aunque, justamente, una de las Cajas que mejores ratios presentan es Cajastur, que participa como socio de referencia en la Central lechera asturiana. Como hemos seguido desde hace tiempo el funcionamiento de esta Caja, podemos decir que, a pesar de sus indubitados sesgos políticos, se ha mantenido, entre tempestades y tensiones, con una gestión profesional (y, además, ha tenido suerte).
La crisis económica ha supuesto acelerar la necesidad de conversión de las Cajas de Ahorro a entidades financieras como cualquier otro Banco. Lo único que ralentiza el proceso es que, a pesar de las declaraciones apresuradas del Gobierno español de que el sistema bancario propio era de inquebrantable solidez, resulta que, en verdad, la estructura financiera del Estado está actualmente en entredicho, y la pérdida de solvencia pública mueve los cimientos de la Banca, y recíprocamente.
Con la disipación de las nubes del optimismos, ha aparecido como afectada la credibilidad de todo nuestro sistema bancario -orgullosa e innecesariamente restregado ante las narices ajenas, sobre todo, alemanas y franceses-. Pero, además de la penosa situación de ver el control de las cuentas nacionales cuestionado, lo más peligroso es que, por los síntomas, aún no conocemos exactamente las verdaderas necesidades y posibilidades de fondos para tapar completamente el agujero -si de tamaño detectado, aún no confesado- en el que están metidas las hipotecas podres, los préstamos alegremente concedidos, las revalorizaciones de activos, las inversiones que ya nunca serán rentables, los efectos de los compromisos de alta rentabilidad para remunerar pasivos que no hay donde emplear, y, en fin, los bonos basura propios y ajenos.
La dimisión de Quintas como presidente de la Confederación de Cajas de Ahorro ha abierto una dura polémica interna acerca de lo que se puede hacer con las Cajas de Ahorro españolas. Los expertos bancarios -algunos de ellos, advenedizos a la gestión de las Cajas- parecen coincidir en que hay que reducir su número a poco más de la veintena, y extremar los mecanismos de control de riesgo, calificando a éstos con criterios totalmente profesionales, y dotando corrrespondientemente las reservas.
Se dice que Isidre Fainé, candidato en la sombra para suceder a Quintas es la persona capaz de movilizar esa reforma, siguiendo el modelo de la Caixa y apoyándose en su gran experiencia empresarial. Aunque, para nosotros, la cuestión no está en las ideas de lo qúe hay que hacer, sino en cómo hacerlo.
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