Sobre la expresión de la voluntad popular
La democracia está teóricamente, y a primera vista, muy bien. Cuando no hay nubes en el horizonte y casi todo el mundo está asomado a la barandilla del crucero, con la brisa dándole saludablemente en el rostro. Pero, cuando se trata de decidir sobre cuestiones claves en épocas de crisis no funciona o funciona muy mal, a poco que se profundice.
Las razones son múltiples, pero, la más importante, es ésta: a nadie se le ocurriría pedir opinión a quienes no saben nada sobre un tema, para considerar su juicio con el mismo valor que el que emitan los expertos y sabios del mismo.
¿Decidiría Vd. por votación de su vecindario si es conveniente enviar a su hija a Londres para estudiar inglés o a Bangla Desh? ¿Compraría su coche preguntando a los cien primeros transeúntes con los que se cruce en la calle?. Y, en fin, ¿confiaría la gestión de su patrimonio al que obtuviera más votos, emitidos en su gimnasio, teniendo como candidatos al monitor de la mañana y al de la tarde?
No hace falta que conteste, por favor.
Por supuesto, para edulcorar la patraña del sistema, las élites de los países llamados democráticos han incorporado a sus Constituciones o Leyes Fundamentales algunas reservas que, en la práctica, se han ido convirtiendo en aberrantes.
Los partidos políticos son una de esas aberraciones. Tenidos por uno de los troncos de vertebración de la gestión del Estado, porque a su través se expresaría la voluntad popular, la verdad es que solo expresan la voluntad de perpetuación de los que están en sus cúpulas y su facilidad de connivencia con los estamentos socioeconómicos.
Se puede decir más suave, pero no más claro. Los casos de corrupción conocidos en los líderes políticos, tanto de un signo como de otro, no vienen más que a confirmar que las estructuras de control de estos aparatos son inadecuadas, que las falsedades se encubren y que se priman más las devociones inquebrantables que la honestidad al servicio del bien común.
La forma elegida para tomar decisiones sobre los temas fundamentales, es otra aberración. ¿Sirve la opinión de los expertos más que la de los indocumentados?
No, por supuesto, y la realidad se ha poblado de ejemplos.
Estamos en contra de la energía nuclear, no porque los técnicos especializados no hayan indicado, una y mil veces, su posición, sino porque la inmensa mayoría de la población indocumentada sigue asociando energía nuclear con bomba atómica.
Hemos llenado nuestro paisaje de aerogeneradores costosísimos y facilitado el montaje de unas cuantas huertas solares subvencionadas para regocijo de algunos especuladores, no porque seamos un país rico y al que le sobren a puñados los dineros, sino porque la población indocumentada y mal informada cree que con ello estamos contribuyendo a evitar un cambio climático que la prensa sensacionalista se ha encargado de presentar como una catástrofe inmediata que solo podríamos evitar, (además de con nuestras oraciones, suponemos), invocando al aire y al sol.
Tenemos una economía sumergida en el caos (perdón por el torpe juego de palabras) y no acudiremos, no, a los expertos, sino que preguntaremos a empresarios fracasados, a sindicalistas encallecidos y a políticos rampantes sobre lo que hay que hacer, para que confirmen la voluntad popular de la mayoría indocumentada: queremos más oportunidades de vivir bien trabajando lo menos posible.
Por supuesto, hay una razón para no preguntar a los expertos: son serios, duros y firmes en sus apreciaciones y conclusiones. No se dejan intimidar por la necesidad de voto para perpetuarse o auparse al poder. Se inclinan sobre la información y dicen cosas que suenan a muy poco populares.
Tampoco es que nos vayan a causar la gran sorpresa con sus dictámenes. Porque adivinamos que en ellos entrarían estos condimentos: Hay que trabajar más, cobrar menos, olvidarse de tanta fiesta y de invocar la suerte, y concentrarse en la eficacia, y en la correcta valoración de los datos, creando un ambiente de cooperación con directrices señaladas, no por la improvisación ni por la voluntad popular, sino por los mejores. Se trata también de no crear más confusión, mintiendo para parecer optimistas, y marginando a los sabios, porque se muestran pesimistas.
1 comentario
albert -
quiero que me manejen los mejores...ónde hay que firmar?