Sobre las dificultades de Dios para con los pobres
El mundo está conmocionado (aún más de lo que cabía): un terremoto de intensidad 7-7,3 ha destruído el 12 de enero de 2010 la mayor parte de la capital de Haití (Puerto Príncipe) y causado, según se teme, más de 100.000 muertos.
El gobierno haitiano ha solicitado ayuda internacional urgente y la comunidad internacional -esa entelequia que parece solo movilizarse ante los desastres naturales- está respondiendo con solidaridad, aunque las ayudas tienen dificultades para llegar a los lugares y personas que más lo precisan.
El país, con escasos medios públicos, se encuentra sin electricidad y desorientado ante la falta de coordinación, porque varios de los ya de por sí precarios organismos ministeriales, han sido afectados por el seísmo. El aeropuerto de Puerto Príncipe solo podía funcionar hasta hace escasos momentos con la luz diurna para recibir los envíos de medicinas y material médico, y crujía ante la insuficiencia de personal y medios para plasmar la actividad humanitaria.
Las imágenes que llegan a los televisores y ordenadores desde allí son impresionanntes: cadáveres alineados o dispersos aún junto a los cascotes que causaron la muerte a los que hace poco eran seres vivos, cuerpos mutilados, gestos desesperados y dolientes y muchos edificios y barracones derruídos.
El Palacio presidencial ha caído como un castillito de naipes. Sus paredes vencidas, que seguramente han sepultado varias decenas de funcionarios y visitantes aún no rescatados hasta ahora, son el símbolo, no exactamente o no solo de Haití (cuyo lema es "L´union fait la force") sino de las dificultades que tiene la divinidad para con los pobres (allí, mayoritariamente católicos y animistas).
Esta frase está lejos de pretender ser una insolencia contra la divinidad. Cualquiera que conozca la historia de Haití podrá confirmar que este país formado por hijos de esclavos africanos -por tanto, negros-, sojuzgados durante décadas por la férrea mano dominadora francesa, que se proclamó libre a principios del siglo XIX, no solamente es el más pobre de América, es también el más olvidado por la mano del hombre rico, sea norteamericano, europeo o sudamericano.
Por eso, cuando comentamos con repentino pesar que "los más pobres son siempre los más castigados por las desgracias", parecemos olvidarnos de que no existe un "phatum" para los más humildes, un destino fatal que marque a los pobres para convertirlos en paupérrimos.
No. Es la consistente falta de solidaridad humana la que hace que los países más pobres sean los que cuentan con menores ayudas exteriores (no tienen forma de devolverlas), disponen de los edificios menos resistentes (carecen de técnicos para diseñarlos mejor y dinero para construirlos con capacidad antisísmica) y parecen aún más condicionados para elegir buenos y honestos dirigentes (los mejores cerebros se van del país y las oligarquías campan sin control, con la complacencia internacional).
Con aproximadamente 9 millones de habitantes concentrados en una extensión algo menor que Galicia, Haití no cuenta con significativas ayudas internacionales para el desarrollo (1), ni con organización educativa eficiente, ni con política forestal o energética -faltan agua y materias primas-, ni con estructuras para impulsar el turismo. Casi el 80% de la población está por debajo del umbral de pobreza (disponen de menos de dos dólares al día).
La naturaleza ha dado un toque de atención sobre Haití. Tal vez esta vez se consiga hacer un poco más fácil la actuación de Dios con los pobres. De momento, ha puesto un asterisco de atención sobre esas gentes olvidadas. (2)
(1) El Banco Mundial ha aportado, a través de la Asociación Internacional para el Desarrollo (IDA), desde 2005, préstamos por importe de 305 millones de dólares a Haití, a devolver sin interés. Ha anunciado, a raíz de esta catástrofe, la aportación de 100 millones de dólares, que está pendiente de aprobación por el Consejo de Dirección del Banco. Pero, no nos engañemos: hablamos de Bancos, no de entidades que realicen donaciones a fondo perdido.
(2) En abril de 2009, BBC Mundo, con un artículo de María Esperanza Sánchez, se hacía eco de las dificultades estructurales de Haití para hacer efectivas las ayudas internacionales, repetidamente prometidas.
0 comentarios