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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la expansión fiscal concertada y sin precedentes

La reunión de los líderes del grupo llamado G-20 ha producido un documento lleno de frases optimistas y de deseos de que la recesión mundial modifique su rostro lo antes posible. No cabría esperar otra manifestación de un grupo de gentes dispuestas a darse besos, abrazos y apretones de manos ante las cámaras, para demostrar a los suyos que están en la élite mundial del reconocimiento.

También contiene el documento varias cifras, de valores muy elevados, porque los líderes afirman haber acometido una "expansión fiscal concertada y sin precedentes". ¿Qué quiere decir ésto?, se puede preguntar el ciudadano de a pié (o de suela de zapato).

En un momento de recesión, las medidas de los gobiernos para estimular la demanda agregada -el consumo de todos, vamos- son, por definición, expansivas.  En las economías de mercado, la administración pública solo tiene dos elementos importantes de acción, la política monetaria y la política fiscal. En una, se actúa sobre el dinero en circulación y en la segunda, sobre los impuestos y el empleo que se hace de ellos por el Estado.

Por tanto, "expansión fiscal concertada" significa aumentar el gasto público y reducir los impuestos de forma conjunta, como resultado de un acuerdo global de los países. Como no todos han firmado el documento, hay que establecer medidas de control y castigo para que el dinero no se vaya por los agujeros: los paraísos fiscales, las cuentas opacas, el dinero B...

Las actuaciones dentro de la política monetaria supondrían disminuir los tipos de interés y/o inyectar más dinero al sistema (devaluando la moneda). Para tomar estas medidas no es necesario reunirse en Londres: la interdependencia de las economías capitalistas ya produce las alineaciones de los tipos de interés en relación con lo que hace la FED.

El documento de los G-20, como no podía ser menos, dedica más palabras a expresar deseos que a concretar las consecuencias. Es un manifiesto de optimismo. En cualquier caso, las medidas que se adopten para cambiar la tendencia de la economía, se enfrentan a una serie de dificultades que, optimismos aparte, deberían haber sido explicadas:

a) la forma de generar el dinero que se inyecte en la política fiscal expansiva. Porque el dinero efectivo no proviene del gobierno, sino del bolsillo de los ciudadanos que, por tanto, deben aumentar su productividad de forma sostenida para generar esas plusvalías.

b) los sectores estratégicos que hay que preservar, y cómo se van a defender. Porque, para que el sistema no se colapse, los agentes del mercado (productores y consumidores) deben mantener sus niveles de oferta y demanda en lo que se refiere, al menos, a los sectores básicos de la economía de cada país;

c) cuánto tiempo hará falta para ver los primeros resultados. Porque hace falta paciencia, no solo optimismo forzado. El tiempo necesario para que se empiecen a notar los efectos deseados depende de que se mantenga la credibilidad en la bondad de las medidas, se cumplan a la perfección los acuerdos (es decir, se inyecte de verdad todo el dinero y se establezca el control prometido), y no haya deserciones: pueden pasar varios meses, seguramente años, antes de que se detecte el cambio de tendencia. Y puede, incluso, ser necesario volver a reunirse para inyectar más dinero...

Por eso, es natural que no coincidan en sus previsiones de cuánto va a durar la crisis, ni el presidente Zapatero, ni el superministro Solbes, ni la presidente Angela Merkel, ni el presidente Sarkozy, ni el ex-ministro Montoro, ni el presidente Obama, ni el portero de la casa de la esquina: porque nadie sabe cuándo el sistema volverá a enderezarse.

El coche de la economía de mercado está en aquaplanning. Lo único que deseamos los que estamos dentro del cacharro es que el deslizamiento termine pronto y que no haya más que desperfectos de chapa. Ahí sí que coincidimos todos.

Es lo que significa, por otra parte, "sin precedentes".

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