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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la expectación en el cine

La asimilación -ligera o profunda- de lo escrito la realiza el lector mediante un acto de su voluntad que llamamos lectura.

La situación deja bastante margen de protagonismo -si bien, secundario- al lector: puede alargar o reducir a su antojo el tiempo que dedica a repasar las páginas del libro, saboreando más intensamente unos párrafos o saltándose sin más varios capítulos, y hasta puede permitirse empezar a leer por el final. Puede elegir el lugar, leyendo lo que el otro escrito en el metro, en el váter o en la cama.

Y el lector, además, al seleccionar el momento, el autor, incluso habiéndose informado antes personalmente hojeando el libro, pone de su parte algunas condiciones. Al margen de lo que el autor haya pretendido contar y su forma de hacerlo, su aportación puede ser sustancial por las circunstancias personales, cultura y conocimientos como lector, configurando, en suma, la proximidad o lejanía, el interés o el desprecio respecto a lo que se le pretende contar.

Aunque existen algunos elementos comunes, pues se trata también de una relación entre dos sujetos que no están en una relación de igualdad, en el cine, a diferencia de en la lectura, el espectador adopta una posición menos intervencionista, su campo de acción está mucho más limitado.

No elige el espacio, está limitado por el tiempo, no le es posible saltarse escenas, el ritmo de percepción está preimpuesto para él. En principio, lo que pone a disposición del director, actores y demás artífices de la obra colectiva, es -ni más ni menos que -un espacio de tiempo y una tensión superpuesta a él, que es el deseo de pasar un rato entretenido, diferente, nuevo con la película. Si el trabajo del autor está bien hecho, una película puede llegar a incorporar vivencias ajenas  sobre las propias, con total verosimilitud, y más intensas y más numerosas que las que provoca la lectura en la mayoría.

Situación no exenta de peligros, pues como pretende el aforismo latino, Maximum impedimentum vivendi est  espectatio. Y cuando la expectación se circunscribe a un momento y a un tempo o ritmo específicos, señalados por otro, el riesgo es muy alto. No podemos dejar de referirnos, además, a la posibilidad de contagio de sensaciones que proviene de otros espectadores simultáneos: no se disfruta igual viendo una película con la pareja que con un grupo de desconocidos que exteriorizan su aceptación o disgusto con estridencia.

El equivalente al acto de la lectura respecto al libro no tiene un nombre especial, pero debería tenerlo. Se suele hablar del visionado de una película, pero es una designación imperfecta, porque no es únicamente la vista la que trabaja y, además, la palabra suena ajena a nuestro lenguaje.

El espectador de cine es un perceptor. Percibe por sus sentidos, siente, experimenta, la oferta que supone la película. Podría entenderse, por ello, que hay un contrato virtual de duración temporal limitada-100 a 115 minutos, en general- entre el equipo que la rodó y protagonizó y el que se dispone a ve, oir y sentir lo que se ha preparado. 

Ese momento puede convertirse en algo insuperable, sublime, cuando en tan corto espacio de tiempo hemos podido trasladarnos, para vivirlo con la imaginación con todo intensidad, la vida y circunstancias de otros, o desplazarnos por un paisaje hasta entonces desconocido, o puede sumirnos en la desagradable sensación de haber sido engañados, frustrados porque la espectativas, la tensión que habíamos puesto a disposición del otro, no se han colmado y tenemos que volver a nuestra vida normal sin la carga momentánea de adrenalina que nos entrega una buena película.

El espectador de una película pone su expectación al servicio de un equipo profesional, al que le dice, sin palabras: "Arrégleme esto. Pero sorpréndame, ofrézcame algo original"

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