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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre lo poco que sabemos de proteómica

Estamos a punto -cuestión de quizá otro par de centenares de años- de modificación natural del genoma humano, generándose así una nueva especie, la de un superhombre, homo sapiens ultrasapiens.

Pero también podemos ver el camino mucho más corto, si admitimos que los experimentos que se han llevado a cabo con cobayas animales, -ratones-, modificándolos genéticamente, consiguiendo prolongar su vida media muy por encima de lo que es normal en su especie, y alterando su comportamiento, pueden efectuarse con igual éxito con seres humanos.

Podemos estar a punto de identificar dos tipos de seres humanos. No los blancos y los de color. No los pro-palestinos o pro-judíos. Ni suquiera los norteamericanos y el resto del mundo. Simplemente, los que puedan pagar el acceso a esas nuevas tecnologías y los que no.

El primer párrafo de este comentario corresponde a las ideas que vienen siendo expresadas, desde hace ya varios años, por el grupo de científicos que componen la plataforma World Future Society. Parecen estar convencidos de que algunos cerebros humanos han evolucionado tanto que la inmensa mayoría no es capaz, por mucho que se esfuerce, de seguir sus elucubraciones. Solo se entienden bien con los computadores y es previsible que, con un poco de ejercicio adicional de esas neuronas hiperactivas, sus sucesores genéticos conseguiríán consolidar una mutación que viene anunciándose a la chita callando.

El segundo párrafo, recoge una parte de las declaraciones de Luis Serrano Pubull, biólogo molecular del Centro de Regulación Genómica de Barcelona (EP 11.01.2009) . Su equipo está estudiando la interacción de las proteínas sintetizadas por los genomas, es decir, la secuenciación de los genes. Esa interacción es la que provoca la diferenciación de las células, lo que las hace agruparse en sistemas que constituirán los diferentes órganos del cuerpo. Obviamente, por esas interconexiones cuyo móvil es aún desconocido, se provocarían mutaciones ocasionales en las células.

En nuestro organismo tiene lugar una frenética actividad que el cerebro aún no ha sido capaz de entender más que en una mínima parte y, por tanto, no le es posible organizarla. De momento, nos contentamos con el control de algunas funciones, y, especialmente, estamos satisfechos de conseguir estimular nuestra capacidad para incorporar información con algunos trucos.

Podemos soñar en que llegará el día en el que algunos cerebros puedan lanzar órdenes para que los genomas se comporten de una determinada manera. Incluso, podría dársele información directamente, sin necesidad de que pasara por células intermedias. Podríamos saber sin haber estudiado; conocer sin necesidad de acumular experiencia. Vivir más tiempo, o todo el que apeteciera, conservando lo esencial del yo: ¿la matrícula, el número del bastidor del motor?

Hacia el exterior como hacia el interior del ser humano, qué poco sabemos de lo que nos rodea y de lo que nos conforma. Qué lejos parece estar todavía Dios en ambas direcciones...y qué atractivo resulta, para científicos como para legos, descubrir las razones predispuestas en ese campo de experimentación inmenso que llamamos naturaleza.

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