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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre las centrales nucleares españolas y la inseguridad de su futuro

La imagen pública de las centrales nucleares es, sin duda, una de las más vulnerables de todos los ingenios producidos por el hombre. A la asociación de riesgo intrínseco, incluído el no resuelto tratamiento final de sus residuos de alta radiación, se une el riesgo extrínseco, derivado de un posible ataque terrorista.

La percepción de peligros respecto a las centrales está tan generalizada, que no hay ningún ciudadano que no tenga opinión al respecto. Están, por una parte, quienes opinan, algunos reconociendo su escasa formación específica pero otros desde insondables conocimientos técnicos, que la producción de energía con base nuclear es imprescindible, que las centrales gozan de sistemas de control exhaustivos que garantizan su seguridad y que los detractores de esa fuente energética son interesados, ilusos o ignorantes.

Enfrente, y formando un grupo también heterogéneo pero, cuando menos, igual de numeroso y, desde luego, mucho más simpático para el ciudadano medio, se encuentran quienes vaticinan, variando desde posiciones de ecologismo práctico a beligerancia apocalíptica, que deberíamos de prescindir de inmediato de esa fuente energética superflua y altamemente peligrosa.

Puede elucubrarse lo que se quiera en relación con las dos categorías de riesgo de percance nuclear y su probabilidad, pero lo cierto es que ambos son reales y que, por tanto, lo único que cabe hacer es plantearse si deseamos convivir con él y, si esto fuera así, tratar de reducir al mínimo su incidencia y efectos, estableciendo las medidas que estimemos como más oportunas, dentro de nuestras disponibilidades económicas y nuestra apreciación del nivel de riesgo.

La sensibilidad popular es tan fuerte que, en países como España, en donde no ha habido realmente debate nuclear, pues ya ETA se encargó de introducir sus condiciones seudoindependentistas con un atentado brutal en Lemóniz a principios de los setenta, incluso los partidarios de la energía nuclear centran sus argumentos en la necesidad de mantener las centrales nucleares existentes -de tecnología superada por los avances habidos en estas últimas décadas- que en erigir otras nuevas. 

Así las cosas, los titulares periodísticos no contribuyen a llevar calma al panorama, con manipulación e intoxicaciones permanentes. Para terminar 2008, El País indicaba el 31 de diciembre, que "La fiabilidad de las centrales nucleares españolas disminuyó drásticamente". 

Pocos de los lectores se habrán dado cuenta que esa fiabilidad se refería no a la seguridad de las centrales, sino al hecho de que, para garantizar la cada vez más alta exigencia de seguridad, se han aumentado las operaciones de mantenimiento y control, reduciendo el número de horas de funcionamiento. Es decir, la fiabilidad que se redujo es la que mide la disponibilidad operativa, no su seguridad.

La cuestión sigue siendo, en fin, cuánto deseamos pagar por tener la energía primaria suficiente para producir la electricidad que necesitamos, y el grado de autarquía que -solos o dentro del conjunto de la Unión Europea- del que queremos disfrutar. Si la energía nuclear ha de formar parte de nuestro mix energético, asumamos con todas las consecuencias su defensa.

Y si estamos por la labor de prescindir de ella porque no nos parece suficientemente fiable y segura -no importa que no sea a nivel estadístico, basta con que sea de forma intuitiva-, hagámoslo ya. Eso sí, después de calcular, muy cuidadosamente, cuánto nos va a costar nuestra independencia de la energía nuclear y en qué grado nos someteremos a la dependencia de otras fuentes energéticas, sin olvidarnos de evaluar en qué manos está la llave de las mismas.

(Hoy 2 de enero de 2009, por ejemplo, Gazprom ha anunciado que cortará el suministro de gas natural a Ucrania, porque no paga; pero a través de este territorio llega a la Unión Europea el 80% del gas que consume)

 

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