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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la interferencia judicial en la educación de los niños

Un juez de Jaén, a resultas de la denuncia del tutor de un niño al que su madre le había abofeteado por no querer hacer los deberes, ha condenado a la madre a 45 días de privación de libertad y a un año de alejamiento del menor.

Es un detalle adicional importante es que todos los miembros de la familia, los padres y el menor, son sordomudos.

Suponemos el calvario por el que la madre está pasando, al ver que, además del disgusto por haber visto que el bofetón a su díscolo retoño le había hecho sangrar por la nariz (parece que se golpeó contra una mesa), de haber sido denunciada como maltratadora, tendrá ahora que consentir que unos desconocidos cuiden de su querido hijo durante doce largos meses.

A falta de conocer todos los detalles, podemos asombrarnos de que S.Sª. haya aplicado lo dispuesto en el Código Penal que, en la modificación prevista para postergar el maltrato llamado de género, permite agravar las penas cuando existen relaciones de parentesco o afinidad entre el verdugo y su víctima.

También podría haber captado el espíritu de Ley de protección al menor, que pretende eliminar maltratos a los infantes y conseguir que la reprensión educativa que pueden ejercer los padres -y, por delegación de los mismos, maestros y tutores- no se traduzca en castigos físicos.

Pero no podemos entender el riguroso mecanismo que ha llevado a un juzgador, aplicador de la justicia, pero también obligado a actuar con la flexibilidad que cada caso requiera, no haya visto todos los atenuantes posibles para un comportamiento en el que un ciudadano lego, en frío, no alcanza a ver culpabilidad alguna.

Tenemos, entre otros muchos, desde luego, un grave problema en nuestra sociedad: la falta de disciplina, la grave falta de autoridad que se ejerce sobre los discentes, sobre los niños. No se trata de educarlos a bofetadas pero, qué caramba, todos hemos recibido varios cachetes en nuestra niñez y adolescencia sin que seamos capaces de guardar el menor rencor a nuestros padres o educadores.

Eso sí, si un juez nos hubiera dejado sin el cariño de nuestra madre durante todo un año, no se lo hubiéramos perdonado jamás. No a nuestra madre, por supuesto. A su Señoría.

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