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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la aplicación adaptativa de las penas

Las sociedades han ido acomodando la tipología de los delitos a sus necesidades y clasificando su peligrosidad según los tiempos. Algunas actuaciones -en realidad, pocas: matar excepto en situación de guerra, apropiarse de lo que es de otros salvo que sea el enemigo vencido,...- han sido casi siempre objeto de reproche y merecedoras de castigo al infractor. Otras, tienen historia más moderna, incluso modernísima: algunos delitos económicos, por ejemplo.

De la peligrosidad del delito, entendida como una combinación de gravedad, alarma social y oportunidad, se deducen en cada Código Penal las penas que se  proponen para el que delinque, y que serán ajustadas a las condiciones particulares del imputado y de las circunstancias en que cometió el delito.

El presidente del Tribunal Supremo y del Poder Judicial, Francisco Hernando, que, obviamente, es persona pragmática y conocedora de las debilidades del actual sistema penal, ha respondido a una cuestión sobre la posibilidad de la cadena perpetua para algunos delitos, matizando que la ve viable constitucionalmente, "siempre y cuando sea revisable", en tanto se aprecie la reinserción del delincuente.

La cuestión del mantenimiento en cadena perpetua de los delincuentes -modificando así el criterio humanista de máxima duración de las penas actualmente vigente- ha tomado lugar predominante en la conciencia social española, por dos sucesos de carácter muy diferente.

Por una parte, la excarcelación del etarra De Juana Chaos, un convicto asesino múltiple que une a su cualidad aberrante de terrorista sanguinario la de histriónico propagandista del odio y el desprecio hacia el orden, la Constitución, los órganos garantes del Estado de derecho y la sociedad respetuosa con las leyes. Manifiestamente no arrepentido, el delincuente ha cumplido sin embargo su condena y, por tanto, no existen razones jurídicas para mantenerlo en prisión.

Por otra parte, han coincidido, producidos por sujetos de diversa calaña, algunos delitos de los que causan conmoción social, ya que se relacionan con el sexo o la violencia de género y se concentran sobre personas necesitadas de especial protección, por su mayor vulnerabilidad: menores de edad, mujeres sometidas a explotación y maltratos, etc.

La agresión al profesor Jesús Neira, que salió en defensa de una mujer que estaba siendo apaleada por su pareja y que resultó golpeado por el violento, provocándole secuelas que lo condujeron al coma, añadió más preocupación a quienes se preguntan con qué tipos de personajes convivimos los pacíficos.

En realidad, el fondo del asunto, sociológicamente hablando, no se encuentra en el delito sino en el delincuente. Desde luego, la catalogación de las penas previstas en el Código, exige una revisión urgente, para acomodarla a la percepción social de la gravedad de los delitos, ya que en la actualidad resulta evidente que hay castigos a infracciones que no se compaginan ni gradúan con lo que las calificaciones de reproche de la sociedad.

Pero es que hay  que desechar el mito de que la reclusión sirve para la regeneración del delincuente. Para el infractor ocasional, que -incluso, a veces, de forma fortuita- ha cometido un delito, el internamiento en prisión, en especial si no es largo, servirá de reflexión y supondrá un recuerdo imborrable que, como el perro al que se ha apaleado, le hará evitar en lo sucesivo las tentaciones de delinquir.

Hay un tipo de delincuente para el que la idea de regeneración en las cárceles no solamente no sirve, sino que, además, alimenta la hoguera de la marginación. Habría que analizar individualmente qué hacer con aquellos individuos que por marginación desde el nacimiento, desarraigo social, neuropatías -detectadas o no-, han alimentado una distancia insuperable con los demás, un odio invencible y que verán en la reclusión un motivo más para alimentar su distanciamiento con los demás, sacrificando cualesquiera otros objetivos vitales en pos de la venganza y el despecho.

Porque creer que las cárceles son escuela de recuperación, con los hacinamientos que tienen muchas de ellas y el elenco de individuos de toda calaña que aparecen por allí, es alimentar una ilusión interesada pero falsa. Ilustres escarcelados de la historia española moderna, cuyos nombres no traemos aquí por innecesario, lo demuestran. Lo que es disuasorio del potencial delincuente es, como siempre, que te puedan pillar. Lo demás, son cuentos.

 

 

 

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