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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la ética en la vida privada y en la pública

Para administrar correctamente los bienes públicos, desde luego, no se necesita ser irreprochable en lo privado. Seguramente una buena parte de los políticos y políticas que nos aconsejan sobre lo que hay que hacer y no hacer en épocas de crisis, nos colocan chirimbolos, calles y plazas para que nos los encontremos en el camino a casa, y reorganizan el espacio urbano con el objetivo aparente de hacérnoslo más agradable, tiene cosas ocultas en sus armarios.

Ya se sabe: encuentros a hurtadillas con los compañeros del partido para intercambiar algunos flujos y humores, toqueteos con más carga sexual que amistosa, pero también mercado de involutos con los que mejorar los sueldos escasos con los que pretendemos recompensar su desprendida labor, favores a algunos amigos que ya se los devolverán en otro momento...Pequeñas satisfacciones para una vida llena de sacrificios por esa abstracción que es la cosa pública.

El buen alcalde de Sierra de Yeguas es un ejemplo de la capacidad para separar la honestidad pública de la privada. Lo han pillado meando fuera del tiesto, pero es que a veces te toca pagar la china, convertirte en el buco emisario de toda una colectividad. Hay que ver cómo tiran piedras los que, seguro, no están libres de pecado. Aunque su caso no alcanzará la notoriedad de otro infeliz cogido por la bragueta -el ex-presidente Bill Clinton, of course- ese pobre regidor merece compasión.

El no encuentra razones para dimitir. ¿Cuál es su pecado? Haber dedicado siete años de su vida, al menos, a formar una piña con su ayudante eficacísima, la teniente de alcalde, con la mantuvo una relación incluso muy superior a la de compañeros de partido, porque compartió con ella la cama, ni más ni menos.

Hay que imaginarse a estos esforzados del bien hacer planfiicando desde las sábanas las obras del día siguiente, mientras sus parejas oficiales creían que estaban haciendo horas extras, pero en el despacho. Se comprende el perdón de la mujer del alcalde, que no solamente aprueba, con sus lágrimas, las comprensibles satisfacciones extramaritales del muy ocupado, sino que, además, reprueba que la ahora despechada amante le denuncie por acoso, violación, y seguramente, si está bien aconsejada, por estupro, pederastia, calvicie reincidente y asociación para delinquir.

Echemos, nosotros, unas risas, sobre esa mínima anécdota de cuernos, despechos y vocaciones políticas. Tiene razón Sánchez Lavado: se puede separar lo público de lo privado. Se puede ser honesto en un lado y deshonesto en otro. Se puede mentir y no haber robado en la vida, gustarte la carne y odiar el pescado.

Lo malo es cuando te pillan con el paso cambiado. Entonces tu credibilidad global, para los que no entienden de sutilezas, se cae rodando por los suelos. Así que, amigo, a dimitir tocan. No esperes a que te hagan un impeachment los del partido, que aún duele más, ni se te ocurra sacar trapos sucios de otros, porque te crucifican por seguro.

Ya que has confesado y obtuviste el perdón de los que más querías, refúgiate ahora en la soledad de los quehaceres cotidianos. Deja que a otros los juzguen ahora por sus pecados. Y que te quiten lo bailado, ya tú entiendes.

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