Sobre la posibilidad de que los debates políticos sean divertidos
El debate del dia 25 de febrero de 2008 entre los dos candidatos principales a la Presidencia de Gobierno de España, el actual Presidente Rodríguez Zapatero, y el líder del partido más votado de la oposición, Rajoy Brey, despertó un alto interés mediático. Transmitido por multitud de cadenas televisivas, recogido en directo por muchas emisoras y hasta diifundido y prolijamente comentado por internet, tuvo una característica importante: fue tremendamente aburrido.
Al margen de la posibilidad de analizar sin intermediarios las imágenes, argumentos y talantes de ambos opositores, poco nuevo ofreció a los seguidores no partidarios, es decir, no incombustiblemente fieles a ambos cabezas de lista. Se conocen muy bien, han disfrutado de muy parecida formación y, la utilicen de una u otra forma, disponen también de la misma información. La ocultan, distorsionan o falsean como les conviene.
Para los recalcitrantes defensores de las clásicas posturas vinculadas a lo que se llama, como estereotipo, izquierda y derecha, ha quedado mostrado y demostrado, por si hacía falta, que los socialistas se jactan de realizar la mejor política social posible y los populares, están seguros de dominar los resortes económicos como nadie. Ambos leen los datos con gafas diferentes y, cuando los interpretan, no tienen empacho en declarar al otro, mentiroso, incompetetente, necio.
Puede ser que tengan razón o que no la tengan. Los libros de historia se han cuajado de ejemplos de estas actitudes, que resultan muy útiles para apoyar los argumentos del color correspondiente. Las hemerotecas han reflejado también que algunos representantes socialistas han buscado el poder para enriquecerse y que la corrupción ha salpicado sus filas. También han recogido el tono prepotente de algunos representantes populares, y son bien conocidas las vinculaciones, directas e indirectas, del capital con ciertos personajes de la alta política.
Los actuales líderes del PP y del PSOE parecen -desde fuera- buenas personas, y transmiten, a quien quiera verlos desposeídos de otros enlaces, credibilidad. Incluso cuando mienten. Tienen oficio. El debate del día 25 de febrero parecía, por ello, más bien una representación de un combate de lucha libre americana, en el que los contendientes repiten fintas y figuras que han ensayado muchas veces. Aparatosas, de amplio efecto, pero inofensivas. No hay sangre verdadera, solo el tufillo de un combate amañado.
Tampoco ha de ser exigible que los candidatos, seres humanos, al din y al cabo, sepan de todo y mucho. Habrá que contar, más bien, con que los equipos que bullen a su alrededor sean eficaces, honrados, ágiles. ¿Cómo comprobarlo? Habría que tener otros muchos indicadores, y no solo un par de debates entre dos hábiles opositores a la plaza de presidente de Gobierno, cogidos en el turno de descalificaciones al contrario, lo que se llamaba "la trinca".
Por eso, echamos de menos que sean más divertidos. Que el personal se divierta, que cuenten chistes, que se rediculicen con más saña. Menos retórica y repetición de cifras macroeconómicas que parecen extraídas de manuales para aficionados a explicar economía para niños.
¿Qué tal si, por ejemplo, Rajoy (o Zapatero) le dijeran al otro algo así: "He tenido un sueño. He visto que una multitud te seguía, contenta, lanzando vítores, mientras tú ibas en en un coche engalanado. Todos te aplaudían. Tú no podías moverte, porque ibas en una caja de madera, y me desperté bañado en sudor. Qué horrible pesadilla, con lo amigos que somos"?
Y si les parece fuerte para abrir boca de un debate distendido, acaso podría servir aquello de "-Mariano, ¿Chema le habla a Mr. Bush de tú? -¿Pues por qué no le dices que le hable de mí?"
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