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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la educación de los jóvenes

La educación oficial enseña poco. Faltos de motivación y autoridad, maestros y profesores se quejan más que se esfuerzan, por lo general en vano, en imponer disciplina en las aulas. Sin disciplina, por supuesto, mal se puede enseñar. ¿Pero con qué arsenal cuentan? ¿Apoyo en los hogares, reconocimiento social, castigo a los rebeldes, suspensos a los que no saben?.

La exigencia de una alta nota media para acceder a algunos estudios universitarios, y la cómoda consideración de que trasladar a otras instancias el problema, anima a sobreponderar los resultados de los exámenes. Los currícula se hinchan. Los padres, disculpan. La sociedad mira hacia otro lado...no es tan importante saber para triunfar, ¿verdad?

¿Qué hemos construído?. Entre la población adolescente parece haber tomado la batuta una masa (el problema es especialmente grave entre quienes tienen entre doce y diecisiete años) desmotivada, descreída, ignorante y agresiva. Son adjetivos fuertes, pero a poco que se escarbe en la opinión social de los juicios adultos (y, por supuesto, de quienes tienen más de cuarenta años), bastante compartidos.

A partir de las 24 h de ayer (22 de septiembre) se celebró en Europa una noche en blanco. Interesante experiencia para motivar a la ciudadanía a vivir sus ciudades, conocerlas mejor, compartir sus ratos libres con los demás. ¿Captarán el mensaje del interés en visitar museos, abrir debates, comunicar ideas o impresiones?.

Viendo las largas colas que se formaban ante algunos museos, que recordaban las de aquellos que esperaban turno para ver el reflejo de la habitación del artista en la pupila de la liebre pintada por Durero  o se atropellaban para pasear a uña de caballo ante los cuadros de Tintoretto, supngo que la mayor parte de los participantes en la noche blanca responderían: "¿Para qué?. Eso son ideas trasnochadas, inútiles. Carpe diem, disfruta de la vida".

Los jóvenes ya viven sus noches en blanco, casi a diario (pero especialmente los fines de semana), en espiral crecientemente desordenada desde hace décadas. No ignoremos el resultado, la infeliz cosecha de cada madrugada de alterne: miles de adolescentes borrachos, enajenados por la ingesta de drogas y alcohol, la basura de sus festejos abandonadas en las calles, vecinos molestos, peleas y heridos, denuncias por variados delitos, actos vandálicos, costes.

¿Son todos los jóvenes así?. Desde luego que no. Los que se comportan así son una minoría. Pero atención. Entre los más sensatos y la cola de esa juventud, allí donde militan los desorientados, los faltos de ideologías y de modelos, hay una diferencia posicional como nunca la existido entre los jóvenes. Esa ruptura intrageneracional tendrá consecuencias: Seguramente, las está teniendo. Creemos que la educación no puede renunciar a dotar de autoridad a los educadores. Hay que ayudar a recuperar el orden para la transmisión de conocimientos y respeto a los valores cívicos.

Si observamos el comportamiento de los niños de menos de siete años, resulta ser ordenado, emocionalmente inteligente, curioso y obediente a los mayores. ¿Por qué? Porque en esa edad no se ha renunciado a su educación: padres, abuelos, tutores de guarderías y maestros se esfuerzan en transmitir, desde su autoridad, normas, enseñanzas, premios y castigos.

Después de esa edad, los principios educativos parecen trasladarse a la televisión, los juegos informáticos violentos, la introspección desde la opulencia o la subordinación al grupúsculo que dominan aprendices de matones.

Hay muchas formas de pasarlo bien, de divertirse sanamente. Enseñémoselas a los más jóvenes, eduquémolos también para divertirse. La voluntad de perder la razón en cada fiesta, con drogas y alcohol, en la pretensión de liberarse, no ahonda más que en el diagnóstico de un grave problema. Los niñatos de doce a diecisiete años creen tenerlo todo resuelto, imaginan que su rebeldía es adecuada, porque ningún adulto se atreve a decirles, no, eso no es así, así no vais a ninguna parte.

La educación de la adolescencia debe replantearse: en casa, en las aulas, en la calle. ¿Quién es el primero a la primera que se atreve a decir a un grupo de jóvenes que vociferan y dan empellones, saltos y fingen pelearse en un lugar público, pareciendo ignorar que no están solos, que están molestando a los demás, y que, de paso, están perjudicando su imagen?. ¿Les apoyaremos los otros adultos, o nos encogeremos de hombros, alegando que no es para tanto?.

La asignatura de la Educación para la Ciudadanía tiene ahí un campo de actuación cuyos beneficios sociales pueden ser altísimos. Si el miedo al infierno, al palo o al suspenso no arredra a algunos jóvenes, al menos, que sientan la vergüenza pública si no se avienen a adoptar un modelo cívico y ético ampliamente compartido.

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