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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Adjetivos y objetivos

Es una trivialidad afirmar que los adjetivos calificativos se dividen, atendiendo a su relación con el sujeto que los expresa, en subjetivos y objetivos. 

La vida diaria está repleta de los primeros, y algunos, por la entidad de quien los emite, alcanzan extraordinaria difusión ocasional, aunque no hay que abandonar la capacidad de análisis para valorar su alcance. Llamar a un juez "pijo ácrata", por ejemplo, revela más de quien utiliza esa combinación de sustantivo-adjetivo (enmarcada en el ámbito del variado elenco de justicieros) que de la persona a quien va destinada, a poco que se conozca su trayectoria particular, y los amigos y enemigos que la misma le ha granjeado.

Una "sentencia inicua" es, con toda probabilidad, la valoración que merece cualquier decisión judicial por parte de quien le es desfavorable, pero, aunque lo fuera, no habrá beneficiario de la misma que la considere como tal, aunque vulnere el derecho vigente, que, por cierto, si no fuera interpretable, no necesitaría de ningún exégeta.

La "situación insostenible" de la que se expresan como soportadores casi todos los colectivos que defienden sus presuntos derechos vulnerados será calificada como "medida inevitable" por quienes la defienden, esforzados en imponer su criterio como si fueran portadores del gen de la verdad absoluta. Y los "perjuicios irreparables" que pudiera causar una "decisión inaplazable"  son las "lógicas consecuencias" de la necesidad de corregir "excesos insoportables".

Generalmente, se prefieren, para no entrar en polémicas, los adjetivos subjetivos inocuos: si calificamos como "belleza exuberante" la presencia corporal de una periodista emparejada con un futbolista famoso, no estamos haciendo daño a nadie ni restando objetividad a la contemplación de los atributos físicos de su detinataria, por más que también podamos calificar de exuberante un paisaje tropical o la exhibición de delicias gastronómicas en un banquete nupcial.

Hay quien concede "carácter sagrado" al menor despilfarro de los "caudales públicos", aunque la intromisión ajena en lo que el afectado considera su "vida privada y religiosa" revele actuaciones merecedoras de "reproche generalizado".

Son pocos, en fin, los adjetivos objetivos. Ni siquiera estamos de acuerdo todos en que estemos en una "crisis endémica" ni en que vivamos bajo los efectos de una "burbuja inmobiliaria". Más bien me inclino a pensar que lo que estamos viviendo es una "fase convulsa" de pérdida de los "valores tradicionales", lo que no es mucho decir, puesto que lo que para la mayoría es una "dura situación", para algunos se convierte en una "oportunidad extraordinaria".

La experiencia que concede la edad me hace manifestar, sin embargo, queson muy pocos los cambios que conducen a "mejoras sustanciales" y que, en realidad, reproducen "viejos escenarios" con las mismas "clases dominantes". Porque, como debería ser cosa sabida, la "confianza ciega" en que quienes condujeron a la "histórica encrucijada", sean los mismos que nos sepan sacar de ella, es de una "ingenuidad tan aplastante", que dan ganas de ponerse a llorar ante esa "entrañable ingenuidad".

 

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