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Al Socaire de El blog de Angel Arias

El Club de la Tragedia: Nos engañan: pero la culpa es nuestra

El dependiente trataba de vender a una señora un queso azul -"el de la hoja", le explicaba-, animándole con que "venía muy bien de precio", y que, además, sabía más fuerte que los otros que tenía en el mostrador, porque "era de Cabrales".

Cuando les hice notar que el queso en cuestión no podía tener mucho que ver con el cabraliego, pues ni el aspecto, ni el sabor, ni el precio, se correspondían con el de la denominación de origen "Cabrales", el joven del mostrador me replicó, pretendiendo cierta picardía, que "de todas maneras, era de la zona".

"Será de la zona -le dije-, porque no voy a dudar de su palabra. Pero no tiene nada que ver con el "quesu Cabrales", de la misma manera que un colega mío que se llama Juan Carlos Rey, ni tiene que ver con los Borbones y hasta creo que ni siquiera es monárquico".

Dicen los más viejos del lugar que la primera vez que alguien te engaña es culpa suya, pero la segunda que te vuelve con la misma monserga, ya es la tuya.

Nos engañan por todas partes: el Gobierno, afirmando que están haciendo lo que hay que hacer, mientras nos hundimos cada vez más en la ciénaga que nos han preparado los especuladores norteamericanos y la insolidaridad franco-germana (aderezada, desgraciadamente, con la incompetente-ingenuidad carpetobetónica).

Nos engaña la oposición socialista, y nos engañó, como Gobierno, pretendiendo que nos encontrábamos en Tierra de Prosperidad cuando nos guiaban por desiertos en los que los brotes verdes eran ramas de plástico; nos engañan muchos banqueros, mostrando sus rasguños al lado de nuestras amputaciones y pretendiendo ser imprescindibles para salvarnos de su propia avaricia; y hasta nos engalan los bancarios, especulando para beneficio de sus principales con nuestros ahorros, negándonos créditos porque no ven más que riesgos en nuestros proyectos pero habiendo tapado sus ojos, cuando se lo ordenaron, para enguadar a los insolventes, y nos engañan, aún, cuando, para mejorar resultados, nos cargan comisiones y gastos superfluos.

Engañan no pocos profesores universitarios que, autoproclamándose genios, no aprenden, no mejoran, no investigan, y, amparados en su beca, enseñan como imprescindibles múltiples cuestiones inútiles, mientras cabalgan con su ignorancia respecto al mundo real por los reinos de taifas de las aulas, blandiendo, orgullosos, sus espadas cargadas de sobresalientes y suspensos con las que, según humores, siembran falsas expectativas o cortan de cuajo ilusiones juveniles. 

Engañan todos aquellos que por haber estudiado cuatro libros de magias, elucubraciones y ritos, ya sean curas, rabinos, imanes o sectarios de cualquier religión, se empeñan en hablarnos en nombre de dioses cuando deberían, copiando a los mejores de entre ellos, enseñarnos mejor, con su ejemplo, a ser más iguales y, por tanto, solidarios.

Engañan cuantos nos saquean el dinero y los frutos que conseguimos con nuestro esfuerzo y trabajo, y no es por el dinero -que se lo lleven a la tumba, junto a nuestro desprecio-, sino porque nos llevan con él, las ilusiones.

Nos engañan, en fin, los que acumulan desmesurados poderes y riqueza, cuando nos pretenden convencer de que lo han conseguido con honradez y trabajo o que lo han heredado dignamente de sus antepasados, que lo han, a su vez, obtenido con laureles y justicia.

Nos engañan. Y, encima, como no es la primera vez, la culpa es nuestra.

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