El Club de la Tragedia: Explicaciones para creyentes
Ayer, con un grupo de amigos, a los que veo de Pascuas a Ramos. surgió la cuestión del bosón de Higgs y, como hay momentos en que uno está para bromas, improvisé, entre copas, un ejercicio docente por el que me ofrecí para dar algunas explicaciones acerca de esta cuestión de realativa actualidad.
La disertación empezó, pues, distinguiendo entre el bosón de Higgs y algunos bolsones, que tienen también nombres propios, pero son ajenos a la física cuántica y entran dentro del lamentable terreno del choriceo de los que se han aprovechado de la confianza que depositamos en el sistema y de los que se habían erigido en guardianes, pero de su propio beneficio.
Agradecí, ya metidos en risas, a los asistentes, el haber abandonado sus preocupaciones habituales para optar al diploma de master en el bosón de Higgs para incompetentes y como advertí de inmediato alguna mirada de estupor, me corregí sobre la marcha aclarando que había leído mal el programa y que, en realidad, se trataba de unas explicaciones sobre el bosón proporcionadas por un incompetente en la materia, que era, obviamente, yo, lo cual pareció tranquilizarles.
Las elucubraciones acerca de los límites del espacio-tiempo en las que se concentran los físicos, no llevan a claridades en el campo metafísico, en la que se ganan el sustento terrenal desde sicólogos y siquiatras a sacerdotes, rabinos, echadores de cartas o imanes (entre otros). Como sospechaba, sin embargo, que podía herir alguna susceptibilidad si me lanzaba por campo través (o sea, travieso), hice la pregunta que me contaba un médico que hacía a los familiares de un paciente con diagnóstico fatal, antes de darles más información: ¿Son Vds. creyentes?
Porque, aunque esté mal decirlo, las explicaciones de lo evidente o inevitable, cuando se las pretende enlazar con lo desconocido o arcano, si se pretende agradar con ellas o no causar conmoción innecesaria, pueden orientarse al gusto del oyente.
El silencio que acogió a mi pregunta me reveló que lo que tenía que dar era una explicación para creyentes, y esto me facilitó mucho las cosas. Así que me metí por los caireles del National Geographic, hablé de comportamientos animales -procrear y alimentarse, en los mismos órdenes o prelaciones que huevos y gallinas-, invoqué a hienas, reptiles, hormigas y parásitos, y, cuando trajeron, por fin, algo de comer, entendí que, gracias a Dios, ya nadie me escuchaba, por lo que me dediqué a la competencia por el manduque, dada la edad que uno va teniendo.
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