Ingenieria para Abogados y Economistas: Cómo leer una Sentencia
Como el lector habrá ojeado, antes de comprar el Libro, la carátula, en donde habrá podido conocer mi formación académica (y espero que no haya sido motivo para disuadirle de ello), no necesitaré pedir disculpas a los abogados -si alguien las estimara pertinentes- por pretender explicarles, justamente a ellos, cómo leer una sentencia.
Estoy seguro de que me comprenderán, siendo pájaro del mismo pelaje ("Birds of the same feather floke together" es mi sentencia favorita a la que recurreo cuando tengo que decir algo en inglés sin saber qué).
Me he visto en la tesitura de tratar de hacer entender, y en no pocas ocasiones, a colegas ingenieros, autos y sentencias de los Tribunales de Justicia, por no hablar de esa batería reforzada de comunicaciones inventadas para provocar la dilación en la toma de decisiones en nuestro sistema jurídico llamadas providencias, diligencias de ordenación, comunicaciones, decretos, piezas separadas, citaciones, actas de vistas previas, etc.
No tienen, debo decir, (siempre en general), los ingenieros ningún interés en rozarse con el ejercicio institucional del Derecho (no confundir con el no ser legales, que es cosa muy distinta), siendo lo más habitual que escapen de sus tenazas como del diablo. Pero si, por razón de ser demandante o demandado, bien personalmente o por ser representante de una empresa o cualquier otra colectividad con personalidad jurídica (desde Comunidades de vecinos hasta Colegios profesionales) les afecta el fallo, se empeñarán en entender cada papel que les llegue, hasta el fondo.
Gran dificultad para juristas. Cuando era novato en estas lides, y en atención a lo que estimama la expresión de deber de lealtad al cliente (ingeniero o no), le enviaba los borradoreos de mis escritos, solicitando que lo supervisaran y aportaran lo que creyeran conveniente.
Qué más se podía pedir. La afición del ingeniero a meter la pluma en los informes que otros han escrito me devolvía aquella documentación plagada de sinónimos, anotaciones al margen, interrogaciones, puntos, comas, señales de admiración, subrayados en amarillo -¡o en rojo, con lo que me espanta ese color sobre el papel!-, tachaduras... No es que yo sea un lerdo (que no lo descarto) sino que los ingenieros con un lápiz en la mano y un papel a corregir, ven despertar en ellos la vocación oculta de censores, según parece.
Pero era peor aún si les enviaba, sin acompañarles de explicaciones propias -fyi, como escriben ahora los jóvenes ilustrados-, los escritos que remitían las instancias judiciales o las contrapartes.
Eso sí que constituía un tremendo error. Tanto si resultaba ganador como perdedor en el litigio, el ingeniero afectado (que lo estaba) irremediablemente me llamaba a los pocos minutos (me refiero, desde que se impuso el correo electrónico) para decirme: "No entiendo nada. ¿Qué pasó?¿Hemos ganado o perdido?".
(continuará)
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