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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Medida de capacidad colectiva

Me parece mal (y, desde luego, preocupante) que en el exterior hayan perdido la confianza en nosotros, pero peor es la desagradable sensación de que los españoles, también.

Carece de relevancia práctica si hemos sido víctimas de la voracidad especuladora, de la insolidaridad centroeuropea o de nuestra propia capacidad para el despilfarro. Lo determinante es tomar conciencia de que ni la avidez de los mercados, ni los apoyos interesados de las ridículas potencias germanofrancesas ni la contención desaforada de nuestro gasto, nos van a solucionar nuestro problema.

Porque nuestro problema es demostrar que somos capaces de seleccionar prioridades, dejar de obsesionarnos con lo que crean los demás que debemos hacer, activar nuevos sectores generadores de riqueza y empleo, y poner a trabajar a todo el mundo, en lo que mejor sepa hacer y nos sea más necesario, y, por supuesto, traer a este campo de concienciación a los que tienen el capital, los medios de producción, los recursos de investigación, la más eminente capacidad intelectual.

Para este momento que, como era de imaginar, no es nuevo, sino que se ha vivido ya en otras ocasiones en la historia de nuestro pueblo y de todos los demás, disponemos de un cuento del que es inmediato extraer las consecuencias prácticas. Es la historia de aquel padre que, junto a su hijo, llevaban a un burro al mercado, agarrado del ronzal.

Los que tal veían, se mofaban de ambos humanos, puesto que, teniendo disponible una bestia, iban a pie, sin aprovecharla como montura.

Pero no quedó la cosa ahí, pues, cuando el padre decidió que fuera el hijo quien se subiera al asno, otros espectadores se escandalizaron de que un joven consintiera que su progenitor fuera andando, mientras él disfrutaba del paisaje tan ricamente.

No se solucionó el asunto cuando decidieron cambiar las tornas, con el padre arriba, pues no faltaron los que avergonzaban a un padre robusto que cargaba las espaldas del burro y dejaba que se cansara el hijo, más débil, con la caminata. Por supuesto, cuando padre e hijo se subieron a la acémila, los que tal vieron, se compadecían del animal, soportando un peso que les parecía excesivo y, por tanto, inconsiderado y cruel el trato que recibía.

Termina el cuento con el burro llevado a cuestas por el padre y el hijo, siendo fácilmente deducible el cachondeo que tal decisión generó durante el resto del camino.

La enseñanza es tan simple que casi sonroja ponerla de manifiesto, porque puede interpretarse como que minusvaloramos al interlocutor: Los consejeros que no viven el problema, aportarán críticas y argumentos que forzarán a decisiones que no traen la solución.

La responsabilidad de elegir el mejor camino, las formas, los medios, es de los que van, no de los que están en las lindes y bordes; porque los que, desde la periferia, aconsejan, controlan, especulan, no lo dudemos, tienen sus propios intereses, y por ellos se guiarán, no por los nuestros.

 

2 comentarios

Angel Arias -

Efectivamente, Juan. Y es lástima que personas con tu capacidad y experiencia no sean aprovechadas para ayudar a encontrar las pautas propias con las que encontrar soluciones que nos convengan a los españoles y no a los que nos aconsejan desde fuera.

Juan -

Totalmente de acuerdo. Creo que siguiendo las pautas que nos marcan otros, nos llevarán al desastre, entre sus aplausos.