Tómeselo a risa
En algún sitio leí, pero no recuerdo dónde ni en qué momento, que todo tiene su lado cómico. Supongo que el autor de la sugerencia se referiría a aquellas situaciones en las que uno no está en el meollo, sino como espectador, pues no le veo el punto a desternillarse mientras le realizan una inspección fiscal o le arrancan la piel a tiras, salvo que se haya obtenido la gracia divina y le sobren arrestos hasta para pedir a los verdugos que le den la vuelta para que se ase mejor en la parrilla.
La actitud previa es fundamental, con todo: la asunción de que el problema que nos preocupa no tiene solución, es importante. Por eso, ya empezamos a tener ánimos para sonreirnos ante la promesa contundente a nuestro flamante ministro de Hacienda que al final de la legislatura todos pagaremos menos impuestos, porque comprendemos que es un golpe de efecto muy gracioso, mientras nos echa mano a los bolsillos.
Bastante más nos cuesta, porque para estar a tono tendríamos por lo menos que caer rodando por el suelo, con los ojos anegados de lágrimas de placer, dándonos puñadas en el pecho y manteniendo la quijada desencajada, encontrar el lado gracioso de la evolución de diferentes estriptís de ciertos políticos, algunos consortes de infantas, esos periodistas e incluso aquellos policías y otras personas de orden (y mando), que han estado durante años, por lo que vamos sabiendo, tomándonos por tontos, aduciendo que todo estaba en orden cuando lo que estaban era ordenando sus negocios con lo que nos iban quitando.
Más fácil nos resulta reirnos al ver a esa pareja de cómicos que cree dirigir los destinos europeos besándose en los morros (así parece, tal vez por efecto óptico) los días alternos, mientras anuncian sobre un atril lo primero que se les viene a la cabeza, pensando en tranquilizar, -nos dicen los que conocen el guión-, a los mercados, aunque deberíamos saber que la vista la tendrán siempre puesta en su electorado. (1)
Y aunque ya no es en absoluto cosa de reirse, como nos ponen las imágenes en la televisión preferida siempre a la hora del almuerzo, y careciendo de manual de instrucciones para entender bien cómo nos afectan las movidas foráneas, puede ser el momento para contar un chiste de esos de médicos, gallegos, incontinentes o tipos sin mollera, cuando informan de atentados idénticos con decenas de muertos en países que habíamos creído disfrutando de importadas democracias primaverales.
Ya, ya sé que tomarse a risa asuntos tan serios es síntoma de inmadurez, refleja defectos en el sentido común, anuncia falta de solidaridad y es cosa fea, pero no se me ocurre otra manera de expresar que estamos al cabo de la calle, que entendemos el cuento, que asimilamos, sabihondos, que por dónde nos van llevando, no hay remedios.
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(1) Algo más habrá, cuando hemos sabido que hay inversores que prefieren comprar deuda alemana a cambio de perder solo un poquito, anunciando de este modo singular que nos espera una recesión de tomo y lomo.
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