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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre lo que ven los Príncipes de Asturias

Frecuentemente, cuando nos comunican que alguna autoridad -que en el presente Comentario hemos representado, simbólicamente, en S.S.A.A.R.R. los Príncipes de Asturias- ha visitado una población, una empresa o cualquier otra entidad que los haya acogido oficialmente, nos hemos preguntado: ¿Qué ven esas dignidades? ¿Qué imagen se confeccionarán, a partir de lo que se les enseña, de la realidad en la que estamos inmersos los demás mortales?.

Tomemos un ejemplo reciente: la visita de D. Felipe y Da. Letizia a un pueblo del occidente de Asturias, San Tirso de Abres, con ocasión del nombramiento de esta localidad como Pueblo Ejemplar de la región.

Ante los ilustres visitantes, se desarrollaron una serie de actividades que evocaban varios de los trabajos que realizaron, en su mejor época, los habitantes de uno de esos muchos municipios, perdidos por la geografía, que han perdido su identidad tradicional y navegan, con grandes vías de agua, por los mares del abandono, la despoblación y la falta de objetivos para el futuro.

Para quienes no conocen el municipio de San Tirso, se trata del territorio más occidental de Asturias, separado de Galicia por el río Eo, hasta hace un par de décadas, un río truchero y hasta salmonero y hoy, debido a la estrambótica gestión de la pesca fluvial y a la falta de cuidados de las riberas, camino de convertirse, en selectos tramos, simplemente en el linde de un paseo para desocupados.

San Tirso es una población que ha perdido su competencia frente a Vegadeo y, sobre todo, Ribadeo, como centro comercial de la zona; incluso el vecino Pontenova -un poblachón gallego sin gracia alguna- le roba la cartera. Las casas de labranza en ruinas contrastan con algunas recuperaciones de caseríos, utilizando la imaginación neoarquitectónica que pretende recrear, con paredes de cemento armado, los caídos pazos de piedra misteriosa.

Los envejecidos habitantes de las poblaciones que se han quedado prácticamente vacías, cuidan el último trozo del terruño (como llevadores, aparceros, precarios o míseros propietarios), viviendo mucho mejor que antes, desde luego, gracias a la pensión que perciben y que no garantiza, en absoluto -al contrario- que cuando mueran no les echen el pestillo para siempre a sus hórreos, huertos, leiras y casucas húmedas, en donde aún hay un pote hirviente y un café caliente para el visitante.

¿Qué ven los Príncipes? Una operación de esfoyaza de panoyes, un vareado o ximielgáo de hierba seca, una fechura de madreñes pa críos tirando de navaya, un baile de una jota que dicen del Chao y que interpretan no sin riesgo de descoyuntarse muyeres deses que tan ocupáes pa matar el tiempu nún taller de mayores.

Ven también las cabezas de muchos ya sesentones, disimulando canas y ofreciendo muestras de simulada eterna juventud, pugnando por ocupar los primeros lugares de las fotos; ven los efectos de los estiramientos de piel de algunas de las mujeres de la comitiva, bellísimas embutidas en sus vestimentas monteras, adecuadas para pasar un día en el campo; ven a unos cuantos ancianos de las poblaciones de San Tirso y vecinos representando para ellos, con verosimilitud, lo que han perdido: lo que ya no existe más que en la memoria de esos viejos.

Y se van.

 

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