Sobre el pudor de las élites
Entre las curiosas singularidades de la sociedad occidental, se encuentra la pérdida de relevancia de las élites.
Puede decirse, sin temor, que ser élite ya no es lo que era, y eso para cualquiera de las variadas categorías que conforman el variopinto elenco de cuantos pertenecen o creen pertenecer a minorías con alguna característica diferencial a la que se conceda valor, respecto a la masa de individuos que carecen de ella o la poseen con menor intensidad.
El bombardeo al pedestal en donde se aupan las élites proviene tanto del campo externo, como del interno. Por una parte, lo que hasta no hace mucho se reputaba como un factor de distinción y mérito, ahora es posible que sea ridiculizado sin piedad.
Esta situación se presenta de manera especialmente marcada ante las exhibiciones intelectuales: si un individuo destaca por su inteligencia o capacidad, lo más seguro es que se encuentre, no con el reconocimiento general, sino con el menosprecio de sus capacidades -"no es para tanto"; "se pasa de listo"; "sí, es bueno, pero carece de inteligencia emocional", etc.- y, por supuesto, con la oposición destructiva de quienes, teniendo menos mérito, poseen más recursos trapaceros. Por este camino, pues, se aupan a los lugares que corresponderían a las élites intelectuales, secundones y arribistas, que, en esencia, no son más que falsificaciones.
Pero no hay porqué limitarse al terreno intelectual. En pocos sectores puede decirse, sin tacha, que los que ocupan el lugar de las élites lo son por merecerlo. Sin necesidad de ser explícitos, se convendrá en que existe como una conspiración de falsos merecedores, para otorgarse galardones, premios y plácemes, confundiendo así al personal e impidiendo que afloren o destaquen los que lo deberían estar donde ellos se aupan en cónclave de falsarios.
Completa el panorama de esta decadencia de las élites, el que, quienes disfrutan, por tradición, suerte u otras razones de ciertos privilegios, tienen a ocultarse, disminuyendo el nivel de lo que poseen, ente avergonzados y prudentes, para no suscitar envidias ni recelos que los pongan en aprietos.
Es el caso de, como ejemplo más significativo, de las familias reales, de los herederos de grandes fortunas, de los miembros de los gobiernos y directivos de empresas de mayor calado económico, que se ocultan celosamente en sus bienestares, los minimizan o adulteran, para hacernos creer que sufren, como nosotros, de carencias y apreturas o que, si están allí, en parajes idílicos a los que no podemos penetrar, zambulléndose en calas a las que no llegamos o refugiados en mansiones cuya ubicación exacta es un misterio, no es por su gozo, sino por mor de su trabajo.
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