Sobre la identidad propia y la responsabilidad social corporativa
Quienes tengan relación desde antiguo con empleados de empresas que se hayan convertido, por aquello de las compras y fusiones, en parte de grandes grupos, se habrán dado cuenta de una cuestión peculiar: la ausencia o grave disminución del viejo "espíritu de empresa", aquella fuerza interna que daba cohesión al grupo y permitía su identificación orgullosa.
Si han subsistido a los cambios y no se han visto víctimas de despidos -voluntarios o forzosos- y prejubilaciones, aquellos antes animosos trabajadores o directivos, hoy languidecen en las empresas a las que siguen perteneciendo, despachándose con frases escuetas, cuando se les pregunta qué tal, del tipo: "aquello ya no es lo que era" o "no sabemos cómo se deciden las cosas" e incluso "nadie sabe aquí cómo ganamos ahora el dinero".
Las decisiones se toman en lugares alejados, opacos, misteriosos para la mayor parte de la organización, incluso para sus directivos locales.
Existe, por el contrario, obsesión por difundir el oscuro paradigma de la "responsabilidad social corporativa". El despliegue mediático puede llegar a parecer abrumador. Magníficos paisajes idílicos de mares y montañas, gentes de todos los colores y hábitos - sonriendo felices-, animales y plantas, se unen a mensajes en los que no se sabe bien cuál es el producto que se vende, aplastado ante la profusión de imágenes ambientales.
Da igual que el grupo se ocupe de la energía, la construcción, la venta de ropa, los seguros, la producción de acero o la fabricación de mantequilla. La RSC (responsabilidad social corporativa), un misterio que, por lo que se nos dice, supone respeto máximo al ambiente y protección para las futuras generaciones, toma el centro del escenario.
Solo que, en las galerías de esas empresas tan multinacionales, que dirigen sus objetivos principales aparentemente hacia el exterior y su obsesivo cuidado (es la sostenibilidad, estúpidos), se mueven seres malinformados de para qué sirve lo que hacen, temerosos de perder sus empleos, dirigidos por jefecillos que tampoco saben bien porqué mandan hacer las cosas, porque las grandes directrices les vienen por correo electrónico, en inglés, y son emitidas por propietarios de los que solo conocen el nombre de pila y que se están haciendo cada vez más poderoso y ricos.
0 comentarios