Sobre el cosmos contemplado por un idiota (o al revés)
No hace falta ser un lince (figurado) para deducir que no conocemos de la misa la media de lo que pasa en el cosmos.
No conocemos nada, en verdad.Tenemos algunas teorías para justificar ciertos aspectos físicos, pero su capacidad de convicción es limitada. Desde la física, parece que, mientras no veamos más allá del segundo principio de la termodinámica, el desorden es cada vez mayor: vamos, para no volver, hacia el caos.
Desde ese otro aspecto no menos inquietante que se alinea en el campo de la biología, y que evoluciona, al parecer, hacia la selección de los más dotados para sobrevivir, el hombre constituye una singularidad pensante, empeñada en poner algo de orden -o en cambiar el existente-, incluso, en los momentos más felices, empeñado en descifrarlo.
Nos parecemos al niño del ejemplo de San Agustín, dedicado a meter el agua del mar en un agujero realizado en la playa.
Por eso, resulta convinvente la conclusión de Ken Wilber: el cosmos es ajeno, innaccesible e inabarcable.
Somos unos idiotas contemplándolo. Cada aproximación a su conocimiento, abre nuevos agujeros negros.
¿Y desde el punto de vista de la biología? ¿Encontraremos algún día la llave? ¿Se unirán los dos campos, el de la física y el de la biología, en alguna conclusión coherente, una fórmula única?
Qué pena no estar ya aquí para vivir ese momento, si se produjera. Harían falta unos cuantos miles de años más, otros cientos de genios, la casualidad de descubrir algunas claves...
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