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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre Cuba y Guantánamo, utopía frente a ignominia

Recoge Manuel Moreno Fraginals ("Cuba/España España Cuba, Historia común", 1995) que en los momentos más graves del enfrentamiento colonial, (1868-1898), Cuba se llenó de españoles, fundamentalmente varones. Fue una manera deliberada con la que, desde la metrópoli, se pretendió disminuir la tensión independentista en la isla.

Allá fueron muchos asturianos y gallegos. Más de 700.000 inmigrantes españoles se quedaron en Cuba, después de la  guerra; algunos, -pocos- se casarían con hijas o nietas de españoles; pero, muchos formaron familia -casados o amancebados- con mulatas, indias y negras, contribuyendo a potenciar el mosaico racial de Cuba, que adquirió con ello una diversidad que no se encuentra en el resto de Latinoamérica.

A diferencia de otros lugares latinoamericanos, el cubano no se siente ciudadano del mundo. Quizá porque la historia reciente del camino seguido por Cuba hacia el encuentro de su identidad está lleno de singulares traspiés. A veces, los falsos amigos disimularon sus intenciones con hermosas palabras. El 20 de abril de 1898, un día después de iniciada la guerra entre España y Estados Unidos, el Comité de Relaciones Exteriores norteamericano publicaba la Joint Resolution: "... the people of the Island of Cuba are and of right ought to be free and independent...".

La declaración norteamericana era engañosa, y la población más pobre de la isla, formada sustancialmente por negros, mulatos e indios, quienes habían formado el núcleo principal de la oposición a la metrópoli, creyendo que "el avance de Lincoln era la esperanza", lo entendería muy pronto. El 1 de enero de 1899 se hizo efectivo el traspaso de la propiedad de la isla a los Estados Unidos. La población de color, que era ignorante del problema racial que subsistía entrre sus "libertadores" -a pesar de que en 1863 se había abolido la esclavitud, no tardó en entender que la victoria norteamericana no tenía como objetivo conducir a Cuba hacia la libertad.

Lo supo desde el día de Reyes -lo recuerda también Moreno Fraginals - en el que , por tradición,  se recordaban los cantos y bailes de los orígenes africanos de quienes habían venido como esclavos. Ese mismo año de 1899 se prohibió la manifestación, dando un machetazo a parte de la cultura afrocubana.

No vamos a contar ahora la historia del camino de Cuba hacia el espejismo de la libertad, que ha tenido en los últimos 50 años, con el aniversario que se conmemora en estos días, un camino de espinas, entremezclado con unas cuantas rosas de ilusión. Ilusión que fue disminuyendo desde la caída de Batista, sepultada por la palabrería adormecedora de Fidel Castro, y por la represión implacable de los revolucionarios contra todos los que discreparan.

A conformar un pueblo desorientado, desconectado del mundo, cocido en su salsa -también en su conformismo y alegría afrotropicales-, contribuyó la cerrazón de los dirigentes norteamericanos. No quisieron entender que el bloqueo era equivocarse con Cuba y que los cubanos no tenían la culpa de la historia tejida en torno a las ambiciones por la rica isla, porque los cubanos son quienes habitan Cuba.

El modelo socialista de Castro era, como todos los modelos de reparto de lo que no se produce, una utopía. Pero el aislamiento que forzó Estados Unidos al pueblo cubano, basándose en la inane premisa de que Castro era un dictador -no había y hay pocos en el mundo-, era y sigue siendo injustificable.

Para entendernos: la presencia en la isla del penal de Guantánamo, un territorio usurpado por los Estados Unidos y que se mantiene al margen de la ley internacional y de la propia norteamericana, es una ignominia.

Entre la ignominia y la utopía, seguimos prefiriendo la segunda. Aunque la utopía no conduzca a nada, y aunque se convierta en una deplorable plutocracia cuando un subgrupo impone sus condiciones al resto, como en una Animal Farm orwelliana, los que viven en Cuba, tienen el derecho a pensar que esa forma de vida es la mejor de las posibles, y pueden tomarse su tiempo para cambiarla por otras formas de gobierno; libertad de la que no puede decirse dispongan quienes tienen que soportar una ignominia.

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