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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre el Alzheimer de Maragall, el de España y el de Cataluña

La noticia local del domingo 21 de octubre en los media españoles era que Pasqual Maragall, uno de los políticos catalanes más controvertidos (admirados y vituperados, según los humores) del territorio de la piel de toro, anunciaba que tenía un principio de Alzheimer. En el estilo sincero, popular y directo que ha hecho de este político un alter ego fraternal de otro singular del panorama socialista, -Juan Carlos Rodríguez Ibarra-, Maragall comunicaba urbi et orbe que estaba empezando a perder la memoria.

El momento es inadecuado para perder las referencias del pasado, y. mucho menos, por parte de quienes -como Maragall- tienen mucho que poner de manifiesto y se han visto rodeados de compañeros de viaje prestos a lanzar las dentelladas.

Para más inoportunidad, la Ley de Recuperación de la Memoria Histórica que está, a despecho de las voces que reclamaban su importunidad, a punto de ser finalmente aprobada, acaba de abrir otra vez el frasco de las esencias menos atractivas de la historia preconstitucional, allá donde se anudaban las raíces del fascismo despótico y clericaloide y el revanchismo anticatólico y analfabeto de los menos favorecidos.

Fiel a sus principios, la cúpula eclesial de la antes católica España, incapaz de actualizarse, responde a la provocación acumulando más beatos víctimas de la santa Cruzada y reclamando para expiar a los agnósticos más milagros de pacotilla. Incluso, desde ese órgano mediático de contumaz desestabilización que es la Cope, la Iglesia verdadera en estas alturas reclama que hay que volver a la República, porque la monarquía juancarlina es la causante in pectore de los desmanes socialistas de ZP.

Resulta una anécdota adicional en este contexto que en el joven periódico Público, la comentarista Lea del Pozo inicie su crónica con las palabras: "Los periodistas lo sabían. Pero no dijeron nada. Decidieron que tenía que ser el propio protagonista quien lo hiciera público (...)". Vista la difusión que alcanzaba la noticia, esa "conjura para mutilar una información al público general", no deja de ser curiosa en un país en el que se leen los labios de monarcas y políticos, se hurgan en los archivos judiciales bajo secreto de sumario y se difunden intimidades escabrosas, sin preoparse siquiera de comprobar someramente su veracidad.

Maragall estaba, seguramente, mejor callado, en lugar de enseñar el culo a quien no se lo va a tapar. Su estado mental actual parece muy aceptable, incluso superior al de otros compañeros de viejas coaliciones, de los que el Sr. Carod-Rovira podía ser un paradigma.

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