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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Alguien tiene que decirlo: Disminuyen las oportunidades para la Evolución

Evolución o Revolución. Esta es la cuestión.

Estoy escribiendo sobre las medidas a adoptar para solucionar los problemas actuales más acuciantes de la humanidad. Pueden dársele diversos nombres: calentamiento global, deterioro ambiental, desequilibrio, tensiones sociales, luchas -expresas o tácitas- por la posesión de recursos, medidas desiguales para combatir la pobreza y el paro, diferencias de criterio respecto al papel del mercado o de las actuaciones estatales para propiciar la supresión de los desequilibrios económicos (a escala territorial y mundial) y el mantenimiento de los servicios sociales básicos,...

Pero el problema se reduce a uno solo: desenmascaramiento definitivo de la razón por la que no solo persisten las desigualdades dentro de la especie humana, sino que aumentan. Siempre han existido, es cierto. Solo que hoy en dia, se han hecho más evidentes, no pueden ocultarse ni ignorarse y, por encima de todo, al crecer cuantitativamente el número de marginados, tensan la realidad social en cualquiera de los espacios que se consideren.

Aunque algunos indicadores pretendan poner de manifiesto lo contrario, la percepción que cualquier observador imparcial y sensato puede hacer de la actual situación es que, por más que se diga que se está haciendo mucho y bien, hemos caminado y lo seguimos haciendo de forma crecientemente acelerada, a peor. Exponencialmente, por lo que el tiempo para actuar se reduce terriblemente.

No desprecio las medidas que local o particularmente se están adoptando para corregir tantos desequilibrios. Son necesarias. Pero no son suficientes. Ni en cantidad, ni en calidad; ni, lo que es aún más importante, en ritmo.

La percepción del deterioro global es tan grave, tan acuciante, que no es posible confiar en que la evolución prevista para el tratamiento de los temas sea satisfactoria. En un horizonte tan próximo como 2050 nos encontraremos con una población mundial de 9.000 millones de personas, con un deterioro ambiental muy superior al actual y con desequilibrios entre pobres y ricos -miles de millones de los primeros, en el límite de la supervivencia- crecientes.

No es cuestión solo de mensajes, ni de voluntarismos. No se va a solucionar la cuestión con reuniones de funcionarios y agentes más o menos involucrados en el problema, que emitan informes muy convincentes sobre lo que está pasando y nada vinculantes respecto a lo que debería hacerse.

La humanidad avanza, en ritmo que parece inexorable, hacia su extinción o, en el mejor de los casos, hacia su masiva destrucción. No lo van a solucionar las decisiones de algunas empresas de confeccionar vistosos informes de Responsabilidad Social Corporativa, ni tampoco ayudarán -por supuesto- las decisiones de los gobiernos de países emergentes (algunos, ya emergidos) de aproximarse al modelo de bienestar occidental (norteamericano y alemán, fundamentalmente), mientras los países más desarrollados defienden mantener sus posiciones de élite.

No. Es imprescindible combinar un modelo de liderazgo global basado en la ética, la responsabilidad global, la asunción de compromisos firmes de colaboración recíproca, pero orientada a la mejora de las condiciones de vida de los más débiles y a la protección eficaz del medio ambiente y la corrección de los deterioros más graves, aquellos que afectan a la supervivencia de las personas (agua, residuos, energía,...)

Un sistema global eficiente no puede estar basado en la primacía de los más fuertes, en las leyes rígidas del mercado, en la tolerancia de la corrupción y en la confianza desmesurada en la eficacia de unas leyes que no se cumplen, porque no se pueden hacer cumplir.

Es imprescindible actuar. Con el ejemplo de honestidad, compromiso, seriedad, conocimiento técnico, diálogo permanente, abandono de la defensa irracional de lo que se encuentra como diferencia estimable, cuando no es más que un adorno muchas veces interesado para proteger lo que se ha apropiado ilegítimamente.

Todos somos actores. Cada uno a su nivel de responsabilidad. Pero, puesto que están arriba de la pirámide de decisiones, los gobernantes, los políticos, los propietarios y ejecutivos de las grandes y medianas empresas, los funcionarios (jueces, sanitarios, técnicos, educadores, etc.) tienen que dar ejemplo. Sin fisuras.

Porque si no vamos por el camino de la rápida evolución, solo quedará la revolución. Y ahí sí que no habrá opción para controlar el descontento. ¿O se le está ocurriendo a alguien que sí, que se podrá?

 

 

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