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Al Socaire de El blog de Angel Arias

El club de la Tragedia: Diferencias entre un director gerente y un primer ministro

En las escuelas de negocios no enseñan a ser ministro. Es posible, incluso, que lo desaconsejen. Ser ministro obliga a estar en primera línea de la atención pública durante algún tiempo y los negocios privados necesitan discreción.

Tampoco hay oposiciones para ser ministro, y aún menos, para ser Primer Ministro o, como suele denominarse en algunos países, postularse para Presidente del Gobierno. Para ese estatus lo que hay son elecciones, que es similar a las opciones que presenta el cuento de las lentejas, salvo que te gusten, en cuyo caso, habría que adaptarlo a decidir entre el aceite de ricino o una lavativa.

Existen, desde luego, oposiciones para algunos puestos de importancia, que corresponden a oficios que despiertan respeto y admiración casi general, como juez, profesor universitario, registrador de la propiedad y, en general, funcionario.

Nadie sabe muy bien en qué momento la sociedad civilizada tomó la decisión de que estos puestos tan importantes fueran cubiertos por oposición y, aún menos, que una vez que se obtuviera la plaza ("el hueco", por así decirlo), el logro alcanzado fuera vitalicio.

Algunos historiadores lo vinculan, en su origen, a la relación de servicio que deberían tener ciertos súbditos con el enviado de los seres superiores extrahumanos, que era denominado Rey, Príncipe de los Creyentes, Emperador o Faraón, entre otras denominaciones que expresaban la procedencia divina de su poder. El los elegía entre los más fieles y los recompensaba según sus resultados.

Pero no debemos desviarnos del motivo central de este comentario. Con algunas modificaciones, en los países democráticos, la situación se mantiene.

Al no existir escuelas de formación de ministros, cuando, después de la campaña electoral, -en la que no hace falta matar a nadie, pues se valora sobre todo la capacidad de seducción a las masas, ejercicio que, como en la guerra y en el catch-as-you-catchs-can, todo está en principio permitido-, el designado por las urnas llama a algunos compañeros de partido para convertirlos en ministros.

Si el cambio que se experimenta de aspirante con asabercuántasopcionestengo a máximo administrador de las cuestiones del Estado tiene que ser muy estresante, pasar de ser Don Fulano de Tal a ministro de Economía o vicepresidente de Gobierno, seguro que es brutal.

Es diferente tener un jefe o un propietario de la empresa que te aumenta el sueldo o la prima cuando le aumentas los resultados, esto es, el beneficio, que andar escurriendo el bulto a cada paso para no tener que explicar porqué no hay forma de que te cuadren las cuentas en una sociedad singular en derecho, en la que hay millones de accionistas, todos opinan, y muy pocos cobran. 

Qué digo cobrar. La inmensa mayoría de accionistas de ese invento social hace décadas que no solo no cobran dividendos, sino que se les pide cada poco que aumenten las aportaciones al capital. Ahora la Junta Directiva en España anda prometiendo hasta por la memoria de su madre (con perdón) que algún día nos devolverán lo que pongamos, pero la cuestión tiene truco. Nos dicen que hay que trabajar para conseguirlo, porque nada se consigue de rositas, pero a la convocatoria faltan los de siempre, los de las acciones preferentes.

Hay que darse cuenta del cambio que han tenido que experimentar estos hombres y mujeres, y comprensible que quieran volver, cuando pase el sofocón, a hacer lo que siempre han hecho, aquello para lo que han estudiado: optimizar el beneficio de unos pocos. El suyo y el de los que creen a pies juntillas en el poder de los mercados como fórmula perfecta para situar a todas las personas en su sitio: arriba o abajo, según su naturaleza.

 

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