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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Ingenieria para Abogados y Economistas: Cómo aprovechar lo que se sabe para crear una empresa (2)

(Este Comentario es continuación del inmediatamente anterior)

Debido a las prejubilaciones anticipadas y a los despidos prematuros, son numerosos los ingenieros de más de cincuenta años, con experiencia profesional que supera las dos décadas y -dada la inmovilidad laboral, casi siempre vinculada a un mismo sector-, que se han visto de la noche a la mañana sin su puesto de trabajo en una edad en la que se consideran -y deberían ser considerados- aptos para seguir activos.

Por supuesto, las consecuencias de esa pérdida de experiencia por las empresas que han decidido prescindir de sus senior (y del impacto sobre el conjunto de la sociedad), aunque no hayan sido analizadas con profundidad por los sociólogos hasta ahora, no pueden ser calificadas, intuitivamente, más que como nefastas, por el despilfarro de saber-hacer que suponen.

Pero son pocas las alternativas que se presentan para estos senior a los que la situación económica general ha desplazado. Aunque suelen alimentar durante algún tiempo esperanzas de relocación y no dudan en presentarse a partir de entonces con una tarjeta de visita en la que se autodefinen como "consultores", la realidad viene a demostrar que, salvo trabajos esporádicos, no vuelven a tener ocupación remunerada, debiendo vivir del capital que hayan podido acumular en su anterior etapa.

Es curioso que esos desplazados, con alto nivel técnico, no se animen a montar empresas por sí mismos en los campos de los que proceden -y que no como empleados, al menos, como accionistas-, aprovechando sus frescos conocimientos sectoriales antes de que se marchiten.

Posiblemente la justificación se encuentre en que comprenden las dificultades de competir contra las empresas y en los sectores que los han licenciado; en efecto, quienes se han atrevido a crear empresas con sus medios económicos obviamente limitados para aprovechar su experiencia concreta, no pueden acreditar, en general, éxitos contundentes, sino, por el contrario, disminuciones de patrimonio: no es lo mismo estar protegido por una estructura que lanzarse a la conquista de tierra ocupada con la espada de la voluntad.

Más sorprendente aún es que, en casos que no cabría calificar, por su frecuencia, de simple casualidad, bastantes ingenieros hayan abierto un restaurante. En mi libro sobre "Cómo no montar un restaurante" recojo mi propia experiencia, en un momento concreto en el que yo me encontraba aún trabajando para una multinacional y que podría servir de orientación sobre los errores a evitar para estos aventureros.

Pues bien: algo muy distinto sucede a la hora de valorar la experiencia de un abogado o un economista senior, que es, hoy, muy apreciada por los mercados. Por ello, al menos en nuestro país, no extraña encontrar a personas de edad próxima a la jubilación, o superior, ocupar puestos relevantes en los Consejos de Administración y Dirección de empresas y departamentos del Gobierno, cuyo currículum se ha forjado en la práctica de las aplicaciones del derecho o de la economía.

Sin embargo, no me detendré en este Capítulo a analizar las razones por las que se minusvaloran los conocimientos técnicos de los senior, sino a poner de manifiesto que es imprescindible potenciar los de los junior, como forma de generación de actividad y empleo irrenunciables en una economía avanzada.

Y ello solo se conseguirá plenamente con el trabajo conjunto de profesionales procedentes de todas las disciplinas, con base en proyectos que han de surgir, principalmente, de las Escuelas de Ingeniería, y de Facultades como Biología, Medicina y Química, que son los sectores más relaciones (no únicos, obviamente) con el desarrollo y la mejora del bienestar.

No seré el único que eche de menos, a la hora de valorar la formación multidisciplinar, que en los planes de estudio españoles no se haya concedido importancia alguna a los ingenieros-económicos, a los bio-ingenieros, a los tecno-médicos, a los juristas-ingenieros, por no referirme a los socio-tecnólogos, tecno-filósofos, etc., ausencia que obligó a cuantos sintieron esa necesidad a cursar dos o tres carreras completas.

(continuará)

 

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