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Al Socaire de El blog de Angel Arias

¿Un gran país bananero?

Me confesaba hace unos días un colega de la abogacía que su bufete tenía más trabajo que nunca; no es lo mismo que opinan mis colegas ingenieros, en especial, aquellos que se defienden como autónomos, a los que la crisis golpea duramente.

Superado, pues, el buen momento de los economistas -aquella época gloriosa de los swaps, los vans, crowding outs, hedge funds, discounted cashflows, etc.-, nos hemos precipitado en la fase final del ciclo, que es cuando son llamados los abogados para retirar, en pasado, los trozos y cascotes resultantes de las peripecias contables con las que se han ido recortando o ampliando, a la medida de los intereses vigentes de quienes mandaron en los mercados, los delicados proyectos con los que los técnicos previeron formas de caminar por el futuro.

Se que el párrafo anterior es de díficil comprensión a la primera, pero, para los que se escandalizan de haberlo entendido en el sentido de que estoy despreciando a los economistas (macros y micros), quiero defenderme -antes de que estos profesionales me despedacen a su placer y a mi pesar- que lo que pretendo es reflejar, en clave de humor ácido, lo que está pasando en este país, España.

Miren la cara que se nos ha puesto en un par de años. De país modelo hemos pasado a ser culo de Europa (con perdón); de Estado maravilla al estado de miraqué papilla.

Ya no nos sorprende que se descubra, por cualquier método de investigación, incluídas denuncias de empresarios despechados y tránsfugas políticos (allá ellos y sus razones), que una parte indeterminable de los representantes del pueblo nos han estado mintiendo respecto a lo que hacían con un porcentaje de nuestros dineros, que aplicaron a acrecer los suyos. Unica ventaja: hemos aprendido mucho, expertos incluídos, de derecho procesal (de lo penal a lo administrativo), adquiriendo agilidad para evaluar en los cafés la gravedad de ciertos tipos penales, juzgando antes de que los lentos tribunales de justicia nos perviertan los razonamientos con los suyos (si es que todo no ha prescrito antes, que es lo propio).

No podemos, tampoco, clamar al cielo -seguro que no tendríamos oyentes para tales minucias- ante la desfachatez con la que muy altos ejecutivos de la gestión privada justifican sus sueldos y primas de fantasía para realizar inextricables operaciones que se nos antojan mágicas a los que nos quedamos, atragantados, en las primeras páginas de los manuales de Cómo hacerse rico utilizando la credulidad de los demás. Unica ventaja: sabemos calcular el número de veces a que equivalen sus percepciones respecto a los salarios mínimos legales y valorar, en consecuencia, la intensidad de nuestro cabreo.

(continuará)

 

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