Sobre los riesgos de los micófagos
Estamos en plena temporada (teórica) de setas, y son muchos los aficionados que se lanzan al campo, con la esperanza de hacer una buena recolección. En esta época, las revistas de divulgación dan unos cuantos consejos para evitar intoxicaciones, y recuerdan los peligros de comerse una amanita faloides o amargarse la ingesta con un boleto picante.
Siempre nos sorprenderá la facilidad con la que los micófagos, convertidos en micólogos aficionados con cuatro nociones y un libro con un par de fotografías, creen entender de buenas a primeras todo sobre el complicado mundo de los hongos.
Nos parece, por ello, importante, aconsejar aquí que jamás se recojan, con intenciones de comerlas, setas desconocidas. La mayor parte de las que se encuentran en el campo o en el bosque pertenecen, sin duda, a esta categoría para el aficionado ocasional. Si no está absolutamente seguro, déjelas estar. No se exponga.
Lo mejor es que se concentre en unos pocos tipos de hongos. El mundo de los boletos, por ejemplo, es amplísimo. No todas las setas con poros son comestibles. Coja solo los boletus edulis, los boletus pinícola, y los boletus luteus, para empezar. Y de entre las setas con laminillas, concéntrese en las lepiota procera (las grandes), los cantarelus cibarius (deje para más adelante en su formación los aurantiacus, por lo demás, indigestos para muchos, y que también son amarillos y mucho más frecuentes en los bosques de pinos de Madrid) y la lepista nuda, inconfundible por su porte y su color azulado.
Tal vez, si un experto le enseña a distinguirlas bien, pueda atreverse con la deliciosa tricoloma terreum o el tricoloma gris, pero piense que hay setas de ese mismo porte que son desaconsejables.
El champiñón de los prados o el agarico silvestre son setas de difícil confusión, si se fija en que tengan las laminillas de color rosado o negro (hay que eliminarlas en este caso, antes de llevarlas a la sartén), pero esté atento a que no tengan volva y a que presenten claros restos de velo.
Pero, por favor, no ensaye con su cuerpo y su salud, el sabor o la benignidad de setas desconocidas, por muy parecidas que las crea a la foto del libro. Hay que haber visto muchas setas, estar seguro del hábitat, de la morfología (tan cambiante), para meterse en la boca una seta de aspecto apetitoso pero de la que no sabemos más que se parece bastante a una fotografía en color, generalmente difusa.
Le valdría saber que no son pocos los micólogos que se han intoxicado por comer setas que parecían, morfológicamente, perfectamente inocentes.
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