Sobre la posible función de la Iglesia Católica en democracia
No hace falta presumir de ser un investigador sociológico, para darse cuenta que en la católica España la religiosidad del personal anda bajo mínimos. Las iglesias están vacías, incluso en las misas de doce del domingo, aquellas en las que los jóvenes se echaban los primeros tejos. Apenas unas cuantas ancianas siguen con miradas más o menos extraviadas por el Alzheimer, las evoluciones y pláticas de sacerdotes con aires profesionales que, salvo raras excepciones, se las apañan solos en el oficio, pues escasean los monaguillos.
Solo se nota ajetreo en lo que se llamaba la práctica religiosa, en los acontecimientos sociales por excelencia: bodas, funerales y bautizos. En estas ocasiones, aparecen los descreidos por las naves consagradas, y hay bastante ambiente bajo los tejados de la casa divina. Aprovechan entonces los presbíteros para lanzar su retahíla de consejos profesorales acerca cómo comportarse en términos de fe, con palabras que suenan vacías en cerebros con la mente puesta, en general, en otras devociones más carnales.
Que, financiando una emisora de fuerte contenido político, -hablamos de la COPE-, la Iglesia parezca haber pensado que va a reactivar las conciencias en la dirección de su salvación eterna, nos parece un despropósito. Doctores tiene la Iglesia, desde luego, pero no se puede creer que meterse a saco con el Gobierno legítimo de España, ridiculizando a sus ministros o lanzando vituperios contra quienes se ponen en el camino de la derechona más inflexible en ceder privilegios, vayan a ganarse adeptos para la causa de Dios.
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