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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre monumentos, ruinas, rehabilitaciones y nuevos edificios emblemáticos

El espacio se nos está llenando de ruinas. El origen de esas ruinas puede ser muy diverso, aunque el valor que se les concede parece depender exclusivamente del tiempo que ha transcurrido desde que fueron habitadas hasta llegar al momento presente.

Por supuesto, una ruina se produce por el hecho de que los que deberían atender a su cuidado, en un momento preciso, la abandonan.

No siempre se conocen las razones de ese abandono: puede haber sido la muerte de su propietario, una disputa hereditaria sin resolver, la peste, una enfermedad contagiosa, o la incuria privada o pública. Podría pensarse en una invasión, un fenómeno natural terrible, tal vez en una guerra.

Pero posiblemente el motivo más común de abandono provenga, simplemente, de que las nuevas generaciones han decidido que aquello ya no tenía utilidad alguna.

Las generaciones actuales, que viven un momento especialmente convulso -no en vano algunos creen que nos encontramos en los albores del fin del mundo, esto es, de la existencia del ser humano sobre la Tierra- viven una esquizofrenia particular en relación con la ruina.

En primer lugar, somos convulsivos generadores de ruinas. No hay más que pasear con los ojos más o menos abiertos por campos y ciudades, para advertir que el paisaje está repleto de casas y construcciones abandonadas; unas, en abandono consciente, con las ventanas y puertas abiertas para que la inclemencia haga su trabajo, que es destruir; otras, subsistiendo al lado de las construcciones modernas, mientras su deterioro se consuma.

Incluso, y curiosamente, algunas de las ruinas corresponden a edificios inventariados, monumentos que gozan de supuesta protección oficial.

La devoción hacia la ruina se demuestra también en el dinero público que se gasta en mantener como tales, considerándolas objetivos turísticos, restos de monumentos provenientes de culturas tartesas, fenicias, griegas, romanas, medievales y, en fin, otras cuantas, de las que la mayoría no sabría ni identificar en qué consistieron.

Y el loor a la ruina alcanza su plenitud con ese despilfarro con que el politicastro de turno se empeña en crear un teatro, un palacete de congresos, un parque industrial de alta tecnología, un museo o un estadio olímpico, en los que poner una placa con su nombre y pretender que la posteridad se alcanza de ese modo.

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