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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre el síndrome de la vagina expectante

El síndrome de la vagina expectante, expresión que invita a ver en ella reprobables connotaciones machistas, parece que fue mentado, aunque no consta que definido, por Francisco Javier Álvarez, catedrático de Derecho penal en la Universidad Carlos III, cuando presentaba un libro sobre su especialidad, en el marco del Colegio de Abogados de Madrid.

La plática del ilustre jurista versaba sobre los desequilibrios entre las penas y la gravedad de los delitos y, también, acerca de la obsesión por penalizar algunos comportamientos que podrán aparecer como desagradables pero que no perjudican a nadie, en tanto que otros, que causan graves descalabros a la economía y a la sociedad, son castigados con penas irrisorias. 

El comentario a la conferencia, junto con otros añadidos de su cosecha, lo realiza José Yoldi, en El País del 21.12.09, en un artículo cuyo título invita ya a disparar la imaginación,  "El derecho a ser un cerdo".

Nos tememos que el "síndrome de la vagina expectante" sea solo un recurso literario, un alibi para presentaciones jurídicas que hagan reir al personal y reclamen titulares en las gacetillas.

Alvarez emitía el juicio de valor -obviamente, con la sana intención de hacer risas al mismo tiempo que lanzaba dardos contra el recuerdo de las apetencias sexuales de algunos influyentes mediáticos- de que era preferible dejarse azotar en sostén por una prostituta emplumada o bajar fotografías de impúberes despelotados para uso propio, que tener a la parienta con apetencia sexual.

Si el lector se toma la molestia de investigar en Google sobre el significado del término, comprobará que, salvo un par de rijosos comentarios, no hay literatura, ni clínica ni ácrata, sobre la cuestión.

Habrá que concluir que -salvo la utilización anómala en dicho foro jurídico- las vaginas expectantes solo existen como material imaginario del subconsciente varonil, apto para confeccionar chistes verdes que puedan ser contados con babosa fruición por reprimidos o presuntos impotentes en reuniones de varones acomplejados con una copa de más.

Lo que existen, por supuesto, son pésimos amantes, machos decadentes y, en el otro lado, mujeres deseando que se las quiera y no que se las mire como objetos para rápido solaz de torpes apresurados.

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