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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre Lord Stern y el rollete ese del cambio climático

El salón de actos de la Fundación Rafael del Pino estaba lleno a rebosar. El conferenciante de honor, elegido para cerrar con broche de oro el ciclo de conferencias sobre el Cambio climático, era ni más ni menos que Lord Nicholas Stern, el director del Informe Stern, -ese Informe "así de gordo" (la frase es de María del Pino) que había encargado Mr. Blair hace ya siete años, con la intención de que le explicaran bien de qué iba la cosa-.

María del Pino (cada día más joven y más guapa) hizo la presentación del conferenciante y del final del ciclo, levantando un par de risas entre medias, cuando se percató que los auriculares para la traducción simultánea de Nicholas Stern no funcionaban  (debía de ser el único no bilingüe de la sala) y cuando le llamaron a ella por el móvil ("Nunca me pasa y me tiene que pasar hoy").

A la izquierda del conferenciante estaba la ministra del Medio Ambiente y otros medios, Elena Espinosa. La otrora directora del Puerto de Vigo iba a cerrar el acto. Amadeo Petitbó -el infatigable director del invento y duro controlador de coloquios-, en el otro extremo,  flanqueaba por su parte a las dos ilustres señoras. La expectación era máxima. Cráneos conocidos entre el auditorio, bellas melenas; chaquetas de pana y trajes de licra se mezclaban con outlets de Armani y delicias de Zara. Había promesa de un cóctel con picaditas de jamón (que se cumplió, claro).

Pero Nicholas Stern nos largó una más bien aburrida relación de obviedades. No se apoyó en medios informáticos ni leyó su conferencia, porque se sabe de memoria el mensaje, pero se le notaba bastante que empieza a vivir de eso, de contar su rollo, consciente de que, mientras los políticos discuten qué hacer primero, se puede traducir en algo de dinero ("perdonen que les hable en dólares, pero es la moneda con la que trabajamos en esto") la polémica entre fundamentalistas y voluntaristas del climate chage.

Su discurso se parecía más a un "Resumen ejecutivo" que a otra cosa. Confundiendo el grado de preparación académica del auditorio -a estas selectas convocatorias acude una representación de lo más granado de los interesados en cada tema- habló de lo que todo el mundo sabe, y, en consecuencia, no dió motivos para un titular llamativo. Defraudó.

Con prevención a dar cifras, -¿cómo pudo imaginarse que estaba justificado decir "Veo que Vds. en su mayoría no son economistas, peor para ustedes"?-, no se mojó cuando, ya en el coloquio, Carlos Espinosa de los Monteros le espetó que "¿por qué no es Vd. más incisivo en defender la energía nuclear?"-, porque "quiere mantenerse neutral respecto a todas las alternativas".

Repitió lo que saben aquí hasta los niños de cuna, pero nadie ha conseguido demostrar a los adultos con absoluto poder de convicción -"el coste de no hacer, es superior al de hacer, que andará entre el 1 y el 2% del pib-. Resaltó, eso sí, que las medidas han de ser globales, consensuadas y urgentes y que hemos avanzado mucho, y que Copenhage ha de ser un hito de cooperación similar al obtenido "después de la segunda guerra mundial". La solución, si existe, ha de combinar la solución a la crisis económica con la ambiental, y "un elemento positivo es que el Sr. Bush ya no estará" (risas).

Quizá fuera porque la teoría del cambio climático ya nos la sabemos todos. También pudiera ser porque, de tanto haber leído de los sucesivos Informes del Panel Intergubernamental del Cambio Climático acerca de los cataclismos que nos esperan, o, mejor, les esperan a nuestros hijos más longevos, ya estamos con  las manos puestas encima de la cabeza, esperando que llegue el Apocalipsis y nos coja confesados.

Tampoco ayuda que los detractores del asunto, ésos que dicen que le monde va de lui meme, o que la técnica siempre acude, o que con los mismos datos se puede llegar a conclusiones contrarias (esta frase genial es de María del Pino), hayan obtenido el refuerzo de un final de otoño localmente muy frío y de que, gracias a Dios y, en lo que corresponda, al segundo principio de la Termodinámica, las inundaciones, pedriscos, gotas frías y otras lindezas que la naturaleza nos hace con el agua no nos han afectado aún demasiado.

Pero nos afectarán si no hacemos algo, todos juntos. Y los países pobres están entre los nuevos convencidos. Los monzones han sido más fuertes y dañinos en estos años; India y China están, por ello y porque "hay muchos ingenieros en los ministerios",  por la labor de reducir también sus emisiones (Rafael Llamas le había introducido su cuña de que, en otro foro, un profesor de por allá le había espetado aquello de "ahora nos toca a nosotros", pero Stern no estaba por la labor de rebajar el otimismo: "En estos años, las percepciones han cambiado". Brasil es un ejemplo de planificación y concienciación ambiental. España es un modelo a seguir. Barak Obama es la esperanza del líder necesario para el mundo en crisis.

Hay, pues, razones para el optimismo. El cambio climático tiene, además, un indicador muy peculiar y fácil de seguir, que es el comportamiento del agua. Stern lo expresó así, más o menos: "Los fenómenos del cambio climático se van a traducir en fenómenos con el agua como protagonista".

Solo habrá, pues, que sentarse delante de casa y esperar a que el nivel del agua supere la ubicación del órgano que también nos sirve como olflato.

 

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